ORACIÓN CADA DÍA

Liturgia del domingo
Palabra de dios todos los dias

Liturgia del domingo

XXIII del tiempo ordinario
Recuerdo de Moisés. Tras ser llamado por el Señor, liberó al pueblo de Israel de la esclavitud de Egipto y lo guió hacia la "tierra prometida".
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Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 4 de septiembre

Salmo responsorial

Salmo 89 (90)

Señor, tú has sido para nosotros
un refugio de edad en edad.

Antes que los montes fuesen engendrados,
antes que naciesen tierra y orbe,
desde siempre hasta siempre tú eres Dios.

"Tú al polvo reduces a los hombres,
diciendo: ""¡Tornad, hijos de Adán!"" "

Porque mil años a tus ojos
son como el ayer, que ya pasó,
como una vigilia de la noche.

Tú los sumerges en un sueño,
a la mañana serán como hierba que brota;

por la mañana brota y florece,
por la tarde se amustia y se seca.

Pues por tu cólera somos consumidos,
por tu furor anonadados.

Has puesto nuestras culpas ante ti,
a la luz de tu faz nuestras faltas secretas.

Bajo tu enojo declinan todos nuestros días,
como un suspiro consumimos nuestros años.

Los años de nuestra vida son unos setenta,
u ochenta, si hay vigor;
mas son la mayor parte trabajo y vanidad,
pues pasan presto y nosotros nos volamos.

¿Quién conoce la fuerza de tu cólera,
y, temiéndote, tu indignación?

¡Enséñanos a contar nuestros días,
para que entre la sabiduría en nuestro corazón!

¡Vuelve, Yahveh! ¿Hasta cuándo?
Ten piedad de tus siervos.

Sácianos de tu amor a la mañana,
que exultemos y cantemos toda nuestra vida.

Devuélvenos en gozo los días que nos humillaste,
los años en que desdicha conocimos.

¡Que se vea tu obra con tus siervos,
y tu esplendor sobre sus hijos!

¡La dulzura del Señor sea con nosotros!
¡Confirma tú la acción de nuestras manos!

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.