ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 10 de septiembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Primera Corintios 10,14-22

Por eso, queridos, huid de la idolatría. Os hablo como a prudentes. Juzgad vosotros lo que digo. La copa de bendición que bendecimos ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan. Fijaos en el Israel según la carne. Los que comen de las víctimas ¿no están acaso en comunión con el altar? ¿Qué digo, pues? ¿Que lo inmolado a los ídolos es algo? O ¿que los ídolos son algo? Pero si lo que inmolan los gentiles, ¡lo inmolan a los demonios y no a Dios! Y yo no quiero que entréis en comunión con los demonios. No podéis beber de la copa del Señor y de la copa de los demonios. No podéis participar de la mesa del Señor y de la mesa de los demonios. ¿O es que queremos provocar los celos del Señor? ¿Somos acaso más fuertes que él?

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El apóstol vuelve a hablar de la carne sacrificada a los ídolos y exhorta a los cristianos de Corinto a huir de la idolatría, es decir, a no ponerse al servicio de los ídolos de este mundo. Son muchos los ídolos a los que a veces algunos presentan ofrendas y a cuyos altares sacrifican su vida. Quizás el primer ídolo en cuyo altar sacrificamos incluso las cosas más queridas es nuestro "yo". Sí, la idolatría de uno mismo es un culto que se expande cada vez más y es el origen de muchos males y de muchos conflictos, próximos y lejanos. Existe el yo individual y también el yo colectivo, de grupo, de país. La contestación más alta y fuerte a este ídolo es precisamente la Eucaristía, que es fuente de la vida de la Iglesia. La Eucaristía transforma la Iglesia en Cuerpo de Cristo. Tomar parte en el único pan y en el único cáliz convierte a los muchos cuerpos en uno solo. San Agustín escribe con gran sabiduría: "En este pan veis lo que sois y recibís lo que sois". La Eucaristía es el lugar donde se edifica la Iglesia, la Eucaristía reúne a los que están dispersos y, con el fuego del Espíritu, los une entre ellos en una comunión fuerte para constituir aquel único edificio espiritual en el que recibimos la salvación y vivimos la esperanza del Reino. Cuando vamos a la Eucaristía somos transformados en el cuerpo mismo de Cristo para tener en nosotros su misma vida, sus mismos sentimientos, su misma pasión por los demás. Los antiguos cristianos decían que había que vivir de manera eucarística, es decir, con el mismo espíritu de Cristo que en el pan y en el vino había sido "partido" y "derramado" para los demás, sin quedarse nada para uno mismo. Por eso los mártires de Abitina fueron asesinados: porque vivían la Eucaristía dominical. Al juez que les pedía explicaciones le dijeron: «Sin el domingo no podemos vivir». Y no pocos cristianos en estos últimos tiempos han vuelto a ser mártires solo porque el domingo van a celebrar juntos la Eucaristía. Ellos nos recuerdan este inigualable misterio de comunión.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.