ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 8 de noviembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Tito 2,1-8.11-14

Mas tú enseña lo que es conforme a la sana doctrina; que los ancianos sean sobrios, dignos, sensatos, sanos en la fe, en la caridad, en la paciencia, en el sufrimiento; que las ancianas asimismo sean en su porte cual conviene a los santos: no calumniadoras ni esclavas de mucho vino, maestras del bien, para que enseñen a las jóvenes a ser amantes de sus maridos y de sus hijos, a ser sensatas, castas, hacendosas, bondadosas, sumisas a sus maridos, para que no sea injuriada la Palabra de Dios. Exhorta igualmente a los jóvenes para que sean sensatos en todo. Muéstrate dechado de buenas obras: pureza de doctrina, dignidad, palabra sana, intachable, para que el adversario se avergüence, no teniendo nada malo que decir de nosotros. Porque se ha manifestado la gracia salvadora de Dios a todos los hombres, que nos enseña a que, renunciando a la impiedad y a las pasiones mundanas, vivamos con sensatez, justicia y piedad en el siglo presente, aguardando la feliz esperanza y la Manifestación de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo; el cual se entregó por nosotros a fin de rescatarnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo que fuese suyo, fervoroso en buenas obras.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El apóstol exhorta a Tito a predicar siguiendo la «sana doctrina», a la que debe mantenerse fiel transmitiéndola sin quitar ni añadir nada. No se trata de una teoría abstracta, sino de una fuente que genera nuevos comportamientos. Cada creyente debe traducir en su vida cotidiana lo que ha aprendido. El apóstol se refiere sobre todo a los ancianos: en ellos debe resplandecer la fe, el amor y la paciencia. Las mujeres ancianas son invitadas a manifestar a través de su comportamiento la fe de discípulas maduras. Por eso deben dominar la lengua y evitar cualquier murmuración. Y las invita a sentir la responsabilidad de ser con su vida verdaderas maestras de buenas obras para las jóvenes esposas. Estas últimas –escribe Pablo– deben ser esposas y madres ejemplares: el amor al marido y a los hijos debe ser una opción fundamental de la vida. Estas fidelidades, aunque no son exclusivamente cristianas, se enriquecen y se fortalecen con la fe. Una mujer cristiana que vive el Evangelio no dará nunca pie a despreciar la doctrina de Cristo y no ofrecerá al marido pagano el pretexto para juzgar negativamente el cristianismo. El apóstol afirma, al contrario, que su comportamiento evangélico será una ocasión propicia para que «si incluso algunos no creen en la palabra, sean ganados no por las palabras sino por la conducta de sus mujeres» (1 P 3,1). La exhortación a los jóvenes es breve: a ellos Pablo les exige sabiduría y autodisciplina. En realidad, cada miembro de la comunidad debe actuar de manera ejemplar para que resplandezca en él el Evangelio. Por eso el apóstol se dirige directamente a Tito subrayando que su ejemplo es más eficaz que cualquier palabra: la vida y la predicación deben ser tan luminosas que todos los enemigos, tanto en la comunidad como fuera de ella, enmudezcan. Pablo, queriendo subrayar cuál es la fuerza que hace que los cristianos sean ejemplares, empieza un canto a la gracia de Dios que se manifestó en Jesucristo. Esta misericordia empuja a los cristianos hacia una ruptura radical con la impiedad y con los instintos egocéntricos. Los discípulos de Jesús, liberados del pecado, santificados y unidos en Cristo como su pueblo, están llamados a manifestar, con las buenas obras, esta elevada vocación y esta gran dignidad. Es el misterio que Tito debe predicar a todos, y con firmeza. Tal vez todavía es joven (2,7), como Timoteo (cf. 1 Tm 4,12). Pero Tito recuerda sin duda las palabras de Jesús: «Quien a vosotros os escucha, a mí me escucha; y quien a vosotros os rechaza, a mí me rechaza; y quien me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado» (Lc 10,16).

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.