ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias

Memoria de los santos y de los profetas

Recuerdo de San Ambrosio (+ 397), obispo de Milán. Pastor de su pueblo, se mantuvo fuerte ante la arrogancia del emperador.
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Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 7 de diciembre

Recuerdo de San Ambrosio (+ 397), obispo de Milán. Pastor de su pueblo, se mantuvo fuerte ante la arrogancia del emperador.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Salmo 102 (103), 1-4.8-10

1 De David.

2 Bendice a Yahveh, alma mía,
del fondo de mi ser, su santo nombre,
3 bendice a Yahveh, alma mía,
no olvides sus muchos beneficios.
4 El, que todas tus culpas perdona,
que cura todas tus dolencias,
8 manifestó sus caminos a Moisés,
a los hijos de Israel sus hazañas.
9 Clemente y compasivo es Yahveh,
tardo a la cólera y lleno de amor;
10 no se querella eternamente
ni para siempre guarda su rencor;

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El salmo 102 se compone de 22 versículos, uno por cada letra del alfabeto judío: una vez más se dan gracias al Señor desde la primera hasta la última letra del alfabeto, es decir, con toda nuestra vida. La liturgia nos hace escuchar sólo algunos versículos que muestran toda su intención de alabar al Señor. La liturgia judía ha incluido este salmo en la fiesta del Kippur, la solemnidad de la Expiación, porque se considera penitencial. En realidad, no hay palabras para pedir perdón, sino sólo de agradecimiento por el perdón ya obtenido. El salmista, que ha vivido la experiencia del perdón, invita a todos a formar parte de su acción de gracias. Él se hace portavoz de toda la comunidad, de todo el pueblo del Señor. Lo que Dios ha realizado en él, lo hace con todos. El salmista comienza incitándose a sí mismo (“el fondo de mi ser”) a bendecir al Señor y a darle gracias por “sus beneficios”. Verdaderamente el Señor es grande: “Él, que tus culpas perdona, que cura todas tus dolencias, rescata tu vida de la fosa, te corona de amor y ternura, satura de bienes tu existencia, y tu juventud se renueva como la del águila” (vv. 3-5). Con cinco palabras el salmista describe los rasgos del amor del Señor: perdona, cura, rescata de la fosa, corona de amor y de ternura, sacia de bienes la edad avanzada y renueva la juventud. Por esto insiste en el deber de recordar cuanto ha hecho por nosotros: “nunca olvides sus beneficios” (v. 2). El olvido nos encierra en nosotros mismos, mientras que el recuerdo del amor de Dios nos empuja a custodiar la alianza y a observar sus preceptos. Desgraciadamente es fácil olvidarnos del Señor, dominados como estamos por nosotros mismos. Él, para nuestra fortuna, se comporta completamente al contrario, olvida nuestras culpas y no deja de amarnos. Nosotros somos veloces para la ira y tardos en el amor y el perdón; el Señor, sin embargo, es “clemente y compasivo, lento a la cólera y lleno de amor” (v. 8). No nos trata en función de nuestros pecados ni tampoco nos paga según nuestras culpas (v. 10), sino que como un padre tiene piedad de sus hijos (v.13). Más adelante el salmista nos recuerda el porqué de tanto amor: “él conoce de qué estamos hechos, sabe bien que sólo somos polvo” (v.14). Es nuestra debilidad la que empuja Dios a inclinarse sobre nosotros y a cuidar de nosotros. ¿Podemos no dejar de conmovernos ante tanto amor?

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.