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Oración por la Paz
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En la Basílica de Santa María in Trastevere se reza por la paz.
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Libretto DEL GIORNO
Oración por la Paz
Lunes 20 de febrero

En la Basílica de Santa María in Trastevere se reza por la paz.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Salmo 92 (93), 1-2.5

1 Reina el Señor, vestido de majestad,
  el Señor, vestido y ceñido de poder,
  y así el orbe está seguro, no vacila.

2 Tu trono está firme desde antaño,
  desde la eternidad existes tú.

5 Son firmes del todo tus dictámenes,
  la santidad es el ornato de tu casa,
  oh Señor, por días sin término.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Con el salmo 92 comienza una serie de himnos que se prolonga hasta el salmo 98, con los que se celebra la “realeza de Dios”. El salmista canta: “Reina el Señor, vestido de majestad, el Señor, vestido y ceñido de poder, y así el orbe está seguro, no vacila. Tu trono está firme desde antaño, desde la eternidad existes tú” (vv. 1-2). El mundo está firme y no vacila porque está el Señor; sin Dios el mundo volvería al caos. Esta convicción permite leer el mundo y la historia con una mirada de fe, es decir, con al menos una chispa de la mirada misma del Creador, una mirada que sabe descender a lo más profundo de la vida humana. Según la cosmología bíblica el mundo es como un bloque que se yergue sobre el océano primordial, símbolo de la nada y de las fuerzas que amenazan a la creación. Estas aguas caóticas se agitan inútilmente como rebeldes “levantando” hasta tres veces su protesta contra el dominio soberano del Señor (vv. 3-4). Más allá de las concepciones del mundo, el creyente sabe que toda la creación está en manos de Dios. Él, que la ha creado, continúa sosteniéndola. El Señor, que ha elegido para sí al pueblo de Israel, está junto a él y lo defiende de los asaltos del enemigo. La fe del salmista es clara: “el Señor reina” y es más fuerte que el mal. El Señor, de hecho, sostiene al mundo firmemente en sus manos. Los ríos se pueden desbordar, pero Dios es más fuerte; las aguas del océano pueden desatarse, pero Dios las domina. El salmista parece ocuparse más de la creación que de la historia de los hombres. Sabemos sin embargo que en la concepción bíblica la creación, el mundo y la historia humana están estrechamente unidas. La creación no es simplemente un teatro en el que desarrolla la historia de la humanidad, forma parte de la historia misma y se ve involucrada en el mismo destino del hombre. Se podría decir que la preocupación de Dios por la creación es otra cara de su preocupación por el hombre. Esto, por otra parte, evoca la visión del final de los tiempos descrita en el Apocalipsis: “Luego vi un cielo nuevo y una tierra nueva” (21, 1). En este contexto se encuadra la responsabilidad de los creyentes hacia la creación: Dios ha puesto al hombre en su cima para custodiarla y gobernarla sin alterar las reglas impresas en el corazón mismo de la creación. El hombre no debe olvidar que Dios es el “rey” de la creación, y él sólo su administrador.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.