ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 8 de noviembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hechos de los Apóstoles 21,17-26

Llegados a Jerusalén, los hermanos nos recibieron con alegría. Al día siguiente Pablo, con todos nosotros, fue a casa de Santiago; se reunieron también todos los presbíteros. Les saludó y les fue exponiendo una a una todas las cosas que Dios había obrado entre los gentiles por su ministerio. Ellos, al oírle, glorificaban a Dios. Entonces le dijeron: «Ya ves, hermano, cuántos miles y miles de judíos han abrazado la fe, y todos son celosos partidarios de la Ley. Y han oído decir de ti que enseñas a todos los judíos que viven entre los gentiles que se aparten de Moisés, diciéndoles que no circunciden a sus hijos ni observen las tradiciones. ¿Qué hacer, pues? Porque va a reunirse la muchedumbre al enterarse de tu venida. Haz, pues, lo que te vamos a decir: Hay entre nosotros cuatro hombres que tienen un voto que cumplir. Tómalos y purifícate con ellos; y paga tú por ellos, para que se rapen la cabeza; así todos entenderán que no hay nada de lo que ellos han oído decir de ti; sino que tú también te portas como un cumplidor de la Ley. En cuanto a los gentiles que han abrazado la fe, ya les escribimos nosotros nuestra decisión: Abstenerse de lo sacrificado a los ídolos, de la sangre, de animal estrangulado y de la impureza.» Entonces Pablo tomó al día siguiente a los hombres, y habiéndose purificado con ellos, entró en el Templo para declarar el cumplimiento del plazo de los días de la purificación cuando se había de presentar la ofrenda por cada uno de ellos.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Al llegar a Jerusalén, Pablo es recibido con alegría. Al día siguiente se encuentra con Santiago y la comunidad les explica los progresos que el Evangelio ha hecho en las distintas ciudades donde él lo había anunciado. El autor destaca que hay una total sintonía y unidad entre Pablo y la comunidad de Jerusalén. Siempre es una alegría para todos explicar las maravillas que el Señor cumple a través de la fuerza débil de la predicación. En este caso la alegría aún es mayor y Pablo recibe la plena solidaridad por la misión apostólica que está llevando a cabo. Sin embargo, siempre hay voces malintencionadas también en la misma comunidad que siembran discordia. Jerusalén está llena de judíos convertidos al cristianismo pero que se caracterizan por su celo por la ley. Son precisamente estos los que afirman que Pablo incita a aquellos que se convierten a Cristo a descuidar las prescripciones de la ley de Moisés. Es evidente que no era ese el estilo del apóstol, aunque, obviamente, su misión suscitaba contestación. La comunidad de Jerusalén, consciente de los peligros que podía correr Pablo a causa de los judeocristianos que había presentes en aquella ocasión, le sugiere que haga un acto público de culto como evidente demostración de fidelidad a la ley. La ocasión que se presenta es una ayuda para cuatro pobres que habían hecho voto de nazireato. Pablo debería haberles acompañado al templo y debería haber ofrecido la cantidad prevista al finalizar el rito. El apóstol va al templo (al patio de Israel) para llevar a cabo el rito de purificación del séptimo día y para pagar (probablemente con el dinero de la colecta) la ofrenda que cierra el voto de los cuatro cristianos. De ese modo Pablo pensaba poder desmentir los prejuicios que se habían creado contra él. Desafortunadamente, todavía hoy la persistencia de prejuicios hiere la vida fraterna hasta envenenarla.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.