ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 29 de noviembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hechos de los Apóstoles 28,17-22

Tres días después convocó a los principales judíos. Una vez reunidos, les dijo: «Hermanos, yo, sin haber hecho nada contra el pueblo ni contra las costumbres de los padres, fui apresado en Jerusalén y entregado en manos de los romanos, que, después de haberme interrogado, querían dejarme en libertad porque no había en mí ningún motivo de muerte. Pero como los judíos se oponían, me vi forzado a apelar al César, sin pretender con eso acusar a los de mi nación. Por este motivo os llamé para veros y hablaros, pues precisamente por la esperanza de Israel llevo yo estas cadenas.» Ellos le respondieron: «Nosotros no hemos recibido de Judea ninguna carta que nos hable de ti, ni ninguno de los hermanos llegados aquí nos ha referido o hablado nada malo de ti. Pero deseamos oír de ti mismo lo que piensas, pues lo que de esa secta sabemos es que en todas partes se la contradice.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hemos llegado al final de la narración de los Hechos de los Apóstoles. Pablo está en Roma. En un cierto sentido, la comunidad madre de Jerusalén, con Pablo y Pedro, pone en manos de la comunidad cristiana de Roma la tarea de comunicar el mensaje cristiano hasta los confines de la tierra. Roma, con su presencia, se convierte en la primera de las Iglesias cristianas, la que, tal como dice Ireneo, «preside en la caridad». La conclusión de los Hechos describe brevemente la entrega del Evangelio a Roma. Pablo empezó su misión en una casa particular, que probablemente le encontró la comunidad cristiana de Roma, mientras estaba en arresto domiciliario. Al gozar de una cierta benevolencia de las autoridades romanas, podía recibir visitas, aunque con la vigilancia de un soldado. Pablo convocó de inmediato a los más altos representantes de la comunidad judía («los principales judíos»). De ese modo quería mostrar una actitud conciliadora. No habla ni de la oposición de los judíos ni del motivo de su apelación al César. Y quiere convencerles de su apego al pueblo de Israel, explicando que está encadenado a causa de la «esperanza de Israel», es decir por la espera común del cumplimiento de las promesas divinas anunciadas en las Escrituras. La respuesta de los sabios judíos se produce en dos tiempos. En primer lugar declaran no haber recibido ni por escrito ni por vía oral información negativa alguna de él. Y luego no solo no se manifiestan hostiles a su predicación, sino que más bien demuestran hacia él una gran tolerancia e incluso un cierto interés por su enseñanza. Saben que su predicación suscita oposición por todas partes y por eso desean escucharla directamente. El autor de los Hechos quiere subrayar claramente que en la capital del Imperio las relaciones entre los cristianos y los judíos no son tensas como en las otras ciudades en las que ha estado el apóstol. Para el evangelista esta circunstancia tiene un sentido que va más allá de la simple crónica y asume el valor de un signo.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.