Homilía del Papa, testimonios e intervenciones en la oración por los Nuevos Mártires. TODOS LOS TEXTOS

En esta página se encuentran los textos íntegros de la homilía del Papa Francisco, del saludo de Andrea Riccardi y de los distintos testimonios pronunciados durante la oración en recuerdo de los Nuevos Mártires en la basílica de San Bartolomé de la Isla el 22 de abril de 2017.

Homilía del Papa Francisco »

Saludo de Andrea Riccardi »

Testimonio de Karl A. Schneider, hijo de Paul Schneider, asesinado el 18 de julio de 1939 »

Testimonio de Roselyne Hamel, hermana del padre Jacques Hamel, asesinado el 26 de julio de 2016 »

Testimonio de Francisco Guevara, amigo de William Quijano, asesinado el 28 de septiembre de 2009 »

 

Homilía del Papa Francisco en la oración con la Comunidad de Sant'Egidio
en recuerdo de los Nuevos Mártires
Basílica de San Bartolomé de la Isla, 22 de abril de 2017

Hemos venido como peregrinos a esta basílica de San Bartolomé de la Isla Tiberina donde la historia antigua del martirio se une a la memoria de los nuevos mártires, de todos los cristianos asesinados por las locas ideologías del siglo pasado – y también en la actualidad– que fueron asesinados solo por ser discípulos de Jesús.

El recuerdo de estos heroicos testimonios antiguos y recientes nos confirma en la idea de que la Iglesia es Iglesia si es Iglesia de mártires. Y los mártires son los que, como nos ha recordado el libro del Apocalipsis, "pasaron por la gran tribulación y han lavado sus vestiduras y las han blanqueado en la sangre del Cordero" (7,17). Ellos han tenido la gracia de confesar a Jesús hasta el fin, hasta la muerte. Ellos sufren, dan la vida, y nosotros recibimos la bendición de Dios por su testimonio. También hay muchos mártires ocultos, hombres y mujeres fieles a la fuerza humilde del amor, a la voz del Espíritu Santo, que la vida de cada día intentan ayudar a los hermanos y amar a Dios sin reservas.

Si nos fijamos bien, la causa de toda persecución es el odio: el odio del príncipe de este mundo hacia los que Jesús salvó y redimió con su muerte y con su resurrección. En el pasaje del Evangelio que hemos escuchado (cfr. Jn 15,12-19), Jesús utiliza una palabra fuerte y que asusta: la palabra "odio". Él, que es el maestro del amor, a quien tanto gustaba hablar de amor, habla de odio. Pero Él siempre quería llamar a las cosas por su nombre. Y nos dice: "¡No temáis! Si el mundo os odia, sabed que a mí me ha odiado antes que a vosotros".

Jesús nos ha elegido y nos ha rescatado, por un don gratuito de su amor. Con su muerte y resurrección nos ha rescatado del poder del mundo, del poder del demonio, del poder del príncipe de este mundo. Y ese es el origen del opio: puesto que nosotros hemos sido salvados por Jesús, y el principio del mundo no lo quiere, nos odia y suscita la persecución, que desde el tiempo de Jesús y de la Iglesia incipiente continúa hasta nuestros días. ¡Cuántas comunidades cristianas hoy son objeto de persecución! ¿Por qué? A causa del odio del espíritu del mundo.

Muchas veces, en momentos difíciles de la historia, se oye decir: "Hoy la patria necesita héroes". Se puede pensar en el mártir como un héroe, pero lo fundamental del mártir es que ha sido un "agraciado": es la gracia de Dios, no la valentía, lo que nos hace mártires. Hoy, del mismo modo, nos podemos preguntar: "¿Qué necesita hoy la Iglesia?". Mártires, testimonios, es decir santos de cada día.. Porque la Iglesia la hacen avanzar los santos. Los santos: sin ellos, la Iglesia no puede avanzar. La Iglesia necesita santos de cada día, los de la vida corriente, coherente; pero también necesita aquellos que tienen la valentía de aceptar la gracia de ser testimonios hasta el fin, hasta la muerte. Todos ellos son la sangre viva de la Iglesia. Son los testimonios que hacen avanzar a la Iglesia; los que atestiguan que Jesús ha resucitado, que Jesús está vivo, y lo atestiguan con la coherencia de vida y con la fuerza del espíritu Santo que han recibido como un don.

Quisiera añadir un icono más a esta iglesia. Una mujer. No se cómo se llama. Pero ella nos mira desde el cielo. Yo estaba en Lesbos saludando a los refugiados y vi a un hombre de unos 30 años, con tres niños. Me miró y me dijo: "Padre, yo soy musulmán. Mi esposa era cristiana. Los terroristas vinieron a nuestro país, nos miraron y nos pidieron cuál era nuestra religión, y vieron que ella llevaba un crucifijo, y le pidieron que lo tirara al suelo. Ella no lo hizo y la degollaron delante de mí. Nos amábamos mucho". Este es el icono que traigo hoy como regalo aquí. No sé si aquel hombre sigue en Lesbos o si ha podido ir a otro lugar. No sé si pudo salir de aquel campo de concentración, porque los campos de refugiados – muchos de ellos– son campos de concentración, para toda la gente que está allí. Y los pueblos generosos que les acogen deben cargar con este peso, porque los acuerdos internacionales parecen ser más importantes que los derechos humanos. Aquel hombre no tenía rencor: él, musulmán, llevaba esta cruz de dolor sin rencor. Se refugiaba en el amor de su esposa, agraciada por el martirio.

Recordar a estos testimonios de la fe y llorar en este lugar es un gran don. Es un don para la Comunidad de Sant'Egidio, para la Iglesia de Roma, para todas las comunidades cristianas de esta ciudad y para muchos peregrinos. La herencia viva de los mártires hoy nos da paz y unidad. Ellos nos enseñan que, con la fuerza del amor, con la humildad, se puede luchar contra la prepotencia, la violencia, la guerra y se puede hacer con paciencia la paz. Así pues, podemos orar así: Señor, haznos dignos testimonios del Evangelio y de tu amor; infunde tu misericordia sobre la humanidad; renueva a tu Iglesia, protege a los cristianos perseguidos, da pronto tu paz al mundo entero. A ti, Señor, la gloria, y a nosotros, Señor, la vergüenza (cfr. Dn 9,7).

Al finalizar la visita, saliendo de la basílica el papa Francisco pronunció las siguientes palabras:
 
Gracias por estar aquí y por la oración en esta Iglesia de los mártires. Pensemos en la crueldad, la crueldad que hoy se cierne sobre mucha gente; la explotación de la gente… La gente que llega en barcazas y se quedan en países generosos como Italia y Grecia que les acogen, pero luego los tratados internacionales no dejan… Si en Italia cada municipio acogiera a dos inmigrantes habría espacio para todos. Y que esa generosidad del Sud, de Lampedusa, de Sicilia, de Lesbos se pueda contagiar un poco al norte. Si, somos una civilización que no tiene hijos, pero también cerramos las puertas a los inmigrantes. Eso se llama suicidio. Oremos.

Fuente: www.vatican.va
 
 

Saludo de Andrea Riccardi en ocasión de la oración con el Papa Francisco
en recuerdo de los Nuevos Mártires
Basílica de San Bartolomé de la Isla, 22 de abril de 2017

Padre Santo,
gracias por venir como peregrino al santuario de los nuevos mártires. Encontrarnos con usted nos remite siempre al Evangelio y a los pobres. Recuerdo que, en Santa María de Trastévere, habló de tres "P": oración, pobres y paz. Pero hoy, es un día distinto, intenso: por una significativa coincidencia hoy es el aniversario del secuestro de los obispos de Alepo Boulos Yazigi y Gregorios Ibrahim, que oró en esta iglesia. Seguimos pidiendo su liberación, junto a la de Paolo Dall'Oglio.
Hoy usted nos ayuda a sintonizar con el mensaje de este lugar.  Es un lugar santo porque custodia el recuerdo de mártires, católicos, ortodoxos, anglicanos y evangélicos, que ya están unidos en la sangre derramada por Jesús.  San Juan Pablo II, en 2000 instituyó este santuario para no olvidar. Y se ha convertido en un lugar de recuerdo y de peregrinación para fieles de varias Iglesias.
Debo decirle con franqueza que, frente a los nuevos mártires sentimos una cierta vergüenza: son contemporáneos nuestros, y en algunos casos, incluso amigos y comensales. Como Christian de Chergé, asesinado en 1996 cuando –con sus hermanos– decidió quedarse a vivir en Argelia con los musulmanes. Como Shahbaz Bhatti... Hemos sido sus amigos, pero no nos hemos librado de la voluntad tenaz de salvarnos a nosotros mismos. No podemos continuar estando centrados en el amor de nuestra vida, en un mundo en el que la guerra es madre de dolores y de pobreza, en el que los cristianos son asesinados. Hay que aprender su lengua, ellos que no se salvaron a sí mismos. Decía un escritor judío: "quien habla la lengua de los mártires levanta un muro contra la maldad".
Los mártires nos recuerdan que como cristianos no vencemos por el poder, las armas, el dinero o el consenso. No son héroes, sino gente impregnada de una sola fuerza: la fuerza humilde de la fe y del amor. No roban la vida, sino que la dan, como Jesús, que no se salvó a sí mismo, no huyó de Jerusalén. Por eso los mártires remiten a una Iglesia pobre, humilde y humana. Escribía Juan Cristóstomo: "Los cristianos llegan a la victoria aceptando ser asesinados".
En nuestro tiempo hace falta una victoria, pero no de una u otra parte sino de la paz y de la humanidad. Demasiada gente quita la vida con terrorismo, explotación y abandono. Hay demasiados éxodos del dolor, como el de los refugiados y los emigrantes. Pero no estamos condenados a ser espectadores asustados. Los pobres y los mártires nos ayudan a tener esperanza. Nos enseñan que, con la fe, la ayuda de Dios, la palabra, el amor y el encuentro se puede cambiar el mundo.
Gracias, padre Santo, por estar aquí con nosotros en un día lleno de significado y cargado de dolor. Gracias por estar frente a este gran cuadro de las bienaventuranzas que son los mártires. A ellos, les pedimos que intercedan por usted. De algún modo, sentimos que nuestra oración de esta tarde acompaña y prepara su próximo viaje a Egipto, tierra de mártires y del diálogo.


Testimonio de Karl A. Schneider, hijo de Paul Schneider,
Astor de la Iglesia reformada asesinado en el campo de Buchenwald en 18 de julio de 1939
Basílica de San Bartolomé de la Isla, 22 de abril de 2017


Santo Padre,
Querida Comunidad de Sant'Egidio,
querida comunidad cristiana,
Quisiera agradecer de corazón el gran honor que rinden hoy a mi padre Paul Schneider y que yo y mi familia podamos estar aquí. Y padre fue asesinado en 1939 en el campo de concentración de Buchenwald porque para él los objetivos del nacionalsocialismo eran incompatibles con las palabras de la Biblia. La Iglesia tiene la tarea de vigilar al Estado. Con esta convicción mi padre se opuso con fuerza a todo intento de influir políticamente a la Iglesia. Trabajó para que el pueblo alemán conservara una orientación cristiana en el Estado y en la sociedad.

Todos nosotros, todavía hoy, cedemos demasiado, pero mi padre se mantuvo fiel únicamente al Señor y a la fe. Fue un pastor y un guía espiritual. ¡Incluso del campo de concentración! Hasta el final, siempre que podía, y a pesar de las torturas y el sufrimiento, gritaba con fuerza a través del tragaluz de su celda del búnker palabras de consolación y de esperanza de la Biblia a los otros presos. Por eso le llamaban "el predicador de Buchenwald".

No se olvidó de nosotros, su familia. En una carta que escribió al campo de concentración, y que se conserva en esta iglesia, mi padre afirma con fuerza su fe en la victoria pascual de la vida y escribe que sabe que también mi madre, yo y mis hermanos y hermanas estamos bajo la protección de Dios. Siendo ya muy anciana mi madre dijo: "Él fue elegido para anunciar el Evangelio, y eso me consuela". Yo, como hijo, siento ese consuelo hasta hoy.

 

Testimonio de Roselyne, hermana del padre Jacques Hamel,
asesinado en Rouen el 26 de julio de 2016
Basílica de San Bartolomé de la Isla, 22 de abril de 2017


Santo Padre,

El pasado 26 de julio, mi hermano Jacques Hamel fue asesinado al terminar la misa que acababa de celebrar en Saint Etienne de Rouvray (Normandía). Jacques tenía 85 años cuando dos jóvenes radicalizados por un discurso de odio pensaron que llevarían a cabo un acto heroico pasando a la violencia homicida.

A su edad Jacques era frágil, pero también era fuerte. Fuerte por su fe en Cristo, fuerte por su amor al Evangelio y a la gente, fuera quien fuera y – estoy segura– también a sus asesinos. Como Su Santidad dijo en la homilía en memoria de Jacques, en aquel momento difícil no perdió la lucidez cuando desde el altar acusó al verdadero autor de la persecución: "¡Vete Satanás!". Realmente "asesinar del nombre de Dios siempre es satánico". Su muerte encaja con su vida de sacerdote, que era una vida para los demás: una vida que había dado al señor cuando dijo "sí" en el momento de su ordenación, una vida al servicio del Evangelio, una vida que había dado a la Iglesia y a la gente, sobre todo a los más pobres, a los que sirvió siempre en las periferias de Rouen.

Se da una paradoja: el que nunca quiso estar el centro, dio un testimonio para el mundo entero, cuyo alcance todavía no podemos percibir. Nosotros lo vivimos en la reacción de todos aquellos cristianos que todavía no han predicado la venganza o el odio, sino el amor y el perdón; nosotros lo hemos visto en la solidaridad de los musulmanes que quisieron visitar las asambleas dominicales tras su muerte; nosotros le hemos visto en Francia, que mostró su unidad en la ternura por este sacerdote.

A nosotros, su familia, nos queda sin duda el dolor y el vacío. Pero es una gran consolación ver los nuevos encuentros, la solidaridad y el amor que han surgido del testimonio de Jacques. Tal como escribió: "Nuestra vocación consiste en participar en la construcción de una nueva fraternidad, en un nuevo contexto mundial". Sí, Jacques, mi hermano, con su vida quiso vivir como hermano con todos los que le fueron confiados; con su muerte se convirtió en un hermano universal. El pasado septiembre vinimos hasta aquí para traer el breviario de Jacques, que desde entonces se conserva en esta Basílica, algo que agradecemos profundamente por el recuerdo de los testimonios de la fe que aquí conserva y por la solidaridad. Que el sacrificio de Jacques pueda dar frutos para que los hombres y las mujeres de nuestro tiempo puedan encontrar el camino para vivir juntos en paz.

 

Testimonio de Francisco Guevara, amigo de William Quijano,
asesinado en El Salvador la tarde del 28 de septiembre de 2009
Basílica de San Bartolomé de la Isla, 22 de abril de 2017


Santo Padre,
Me llamo Francisco Guevara y vengo de El Salvador, de América Central. No hay duda: el amor y la amistad agrandan el corazón; también William, amigo fraterno, tenía el corazón dilatado por la esperanza y esa era su fuerza: amaba la vida y atrajo con amistad a muchos jóvenes y niños a la "Escuela de la Paz". Fue asesinado el 28 de septiembre de 2009. ¿Cuál fue su culpa? Soñar un mundo de paz. William no renunció jamás a enseñar la paz y su trabajo rompió la cadena de la violencia. Decía: "el mundo está lleno de violencia, y por eso tenemos que trabajar por la paz empezando por los niños. Debemos tener la valentía de ser maestros, porque un país que no tiene escuelas o maestros es un país sin futuro ni esperanza. Las Escuelas de la Paz son santuarios para frenar la violencia y la pobreza. No se obtiene la seguridad solo con la firmeza, sino con el amor". William hablaba a todos de su sueño: "tenemos el alma, la inteligencia y la fuerza para ponernos manos a la obra. Y la oración nos sostendrá".

Sorprendía que William nunca hablara de represión ni de venganza contra las maras (nombre que reciben las bandas en El Salvador), sino que insistía en la necesidad de cambiar de mentalidad. Todos. Primero los niños, y él intentó darles cariño para demostrar que estudiando podían progresar, tener un futuro. Pero también los jóvenes y los adultos. Él mismo se había impuesto ese cambio. Habría podido ser uno de tantos que dice: "¡No, aquí no se puede hacer nada!". Pero en cambio entró tan profundamente en el sueño de la Comunidad, en el sueño de una nueva humanidad, que quería vivirlo hasta el fondo. Los niños podían y debían cambiar, los jóvenes podían y debían cambiar.

La historia de William, aunque trágica, permite creer que se puede construir otra América Latina, libre de la pesadilla de las maras. En la periferia existencial, William dio muestra de su esperanza en un mundo distinto, basado en el Evangelio y sus valores más humanos, en la centralidad de la proximidad. Ese es el gran don de la pequeña vida de William Alfredo Quijano Zetino, mi amigo.