ORACIÓN CADA DÍA

Oración de la Vigilia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración de la Vigilia
Sábado 27 de abril


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 14,7-14

Si me conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre;
desde ahora lo conocéis y lo habéis visto.» Le dice Felipe: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta.» Le dice Jesús: «¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces Felipe?
El que me ha visto a mí, ha visto al Padre.
¿Cómo dices tú: "Muéstranos al Padre"? ¿No crees
que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí?
Las palabras que os digo, no las digo por mi cuenta;
el Padre que permanece en mí es el que realiza las
obras. Creedme:
yo estoy en el Padre y el Padre está en mí.
Al menos, creedlo por las obras. En verdad, en verdad os digo:
el que crea en mí,
hará él también las obras que yo hago,
y hará mayores aún,
porque yo voy al Padre. Y todo lo que pidáis en mi nombre,
yo lo haré,
para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si me pedís algo en mi nombre,
yo lo haré.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

En el Evangelio de Juan, los verbos conocer y ver se refieren a la dimensión de la fe: un conocimiento y una visión que van más allá de la dimensión sensible y se refieren al más allá de Dios. Felipe, como para cerrar definitivamente el discurso, pide: "Muéstranos al Padre y nos basta". Jesús responde con una sentida reprimenda: "¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre". Penetramos aquí en el corazón de la fe cristiana y de toda búsqueda religiosa. Jesús afirma claramente que a Dios, creador del cielo y de la Tierra, le encontramos a través de él. Por tanto, si queremos ver el rostro de Dios, debemos ver el rostro de Jesús; si queremos conocer los pensamientos de Dios, basta con conocer el Evangelio; si queremos comprender el modo de actuar de Dios, debemos observar el comportamiento de Jesús. El Padre del cielo está cerca de la vida de los hombres como lo estuvo Jesús: es un Dios que resucita a los muertos, que se hace niño para estar cerca de nosotros, que llora a su amigo muerto, que camina por los caminos de los hombres, que se detiene, que cura y que se apasiona por todos. Él es verdaderamente el Padre de todos. Jesús añade palabras aún más audaces que solo él puede pronunciar. Dice que si permanecemos unidos a él también nosotros haremos sus obras. Es más, Jesús dice que haremos otras mayores. El Evangelio tiene un poder que proviene de contener la misma Palabra de Dios, que es siempre creadora de vida y amor. Si nos alimentamos de las palabras del Evangelio, nuestras palabras serán fuertes y eficaces. Empezando por la oración: "Y todo lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré". Sí, nuestra oración, si se hace en nombre de Jesús, es fuerte y poderosa: llegará directamente al corazón de Dios.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.