ORACIÓN CADA DÍA

Oración de la Santa Cruz
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración de la Santa Cruz
Viernes 26 de abril


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 14,1-6

«No se turbe vuestro corazón.
Creéis en Dios: creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas mansiones;
si no, os lo habría dicho;
porque voy a prepararos un lugar. Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar,
volveré y os tomaré conmigo,
para que donde esté yo
estéis también vosotros. Y adonde yo voy sabéis el camino.» Le dice Tomás: «Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?» Le dice Jesús: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida.
Nadie va al Padre sino por mí.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jesús desea que los lazos de amistad no se rompan, sino que duren para siempre. No los abandona, quiere que estén con él para siempre. Continúa preparando para cada uno de nosotros un lugar en la casa grande del Padre. Con estas palabras, Jesús nos abre una pequeña visión de nuestro futuro. ¡Cuántas veces nos hemos interrogado sobre la vida después de la muerte y nos hemos preguntado qué habrá sido de los amigos ya muertos, de aquellos a quienes hemos amado y por quienes quizá hemos trabajado y sufrido! El Evangelio no nos deja sin respuesta a preguntas como estas. Al contrario, como queriendo que experimentemos el consuelo de primera mano, habla del más allá como de una casa amplia, espaciosa, habitada por nuestros amigos, los cercanos y los lejanos. Un camino seguro nos conduce a ellos y a ese lugar: es Jesús mismo. En el vínculo con él está, de hecho, la garantía de que nada de nuestra vida se pierde: ni un pensamiento, ni un gesto de afecto son vanos, en cambio todo se recoge y se conserva como un tesoro precioso e iluminado por la luz del anuncio de la victoria de la vida sobre la muerte que recibimos en Pascua. Jesús parece convencido de que los discípulos comprendían la verdad sobre el más allá de la muerte, hasta el punto de decir: "Y adonde yo voy sabéis el camino". En realidad, no era así, como tampoco lo es para nosotros hoy. Tomás, en nombre de todos, pregunta cuál es el camino. Y Jesús, una vez más, se expresa con claridad: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida". Permanecer unidos a él es la garantía de recorrer el camino justo que conduce hasta llegar al Padre que está en los cielos.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.