ORACIÓN CADA DÍA

Oración con María, madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración con María, madre del Señor
Martes 16 de abril


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 6,30-35

Ellos entonces le dijeron: «¿Qué señal haces para que viéndola creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, según está escrito: Pan del cielo les dio a comer.» Jesús les respondió:
«En verdad, en verdad os digo:
No fue Moisés quien os dio el pan del cielo;
es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios
es el que baja del cielo
y da la vida al mundo.» Entonces le dijeron: «Señor, danos siempre de ese pan.» Les dijo Jesús: «Yo soy el pan de la vida.
El que venga a mí, no tendrá hambre,
y el que crea en mí, no tendrá nunca sed.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

"¿Qué hemos de hacer para obrar las obras de Dios?", pregunta la muchedumbre. Jesús había reprendido a la multitud por buscar solo su propia satisfacción. A su pregunta, respondió indicando una sola cosa necesaria: creer en el enviado de Dios. La muchedumbre, sin embargo, insistía. Tal vez querían que Jesús resolviera el problema del alimento no solo para las cinco mil personas que se habían beneficiado del milagro, sino para todo el pueblo de Israel, como había sucedido en la época del maná. Ante su insistencia, Jesús respondió que no era Moisés quien había dado el pan del cielo, sino "es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo". Pero la dureza de corazón y de pensamiento de los oyentes no les permitía captar en profundidad las palabras de Jesús. Seguían interpretándolas desde sí mismos, desde sus propias necesidades. Nos pasa también a nosotros cuando no entramos en la profundidad de las palabras evangélicas porque las escuchamos partiendo de nosotros mismos y no de lo que realmente nos quieren decir. Lo que hace falta es una lectura espiritual de la Biblia, una lectura hecha en la oración y en la disponibilidad del corazón. Sin la oración corremos el riesgo de tenernos solo a nosotros mismos delante y no al Señor que nos habla. Sin la comunidad de hermanos, nuestro yo nos excluye de ese amplio diálogo para el que fue escrita la Biblia. Llegados a este punto, la petición de la multitud se hizo correcta: "Señor, danos siempre este pan". Jesús no eludió su petición y, con mayor claridad aún, les dijo: "Yo soy el pan de vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed".

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.