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Memoria de la Iglesia
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Memoria de la Iglesia

Recuerdo de los santos arcángeles Miguel, Rafael y Gabriel. La Iglesia etíope, una de las primeras de África, venera a san Gabriel como protector. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia

Recuerdo de los santos arcángeles Miguel, Rafael y Gabriel. La Iglesia etíope, una de las primeras de África, venera a san Gabriel como protector.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 1,47-51

Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: «Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño.» Le dice Natanael: «¿De qué me conoces?» Le respondió Jesús: «Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi.» Le respondió Natanael: «Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel.» Jesús le contestó: «¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores.» Y le añadió: «En verdad, en verdad os digo: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hoy la liturgia recuerda a los ángeles y mensajeros del Señor. En la tradición bíblica los ángeles, como resume la carta a los Hebreos, "son espíritus servidores con la misión de asistir a los que han de heredar la salvación" (1, 14). A ellos Dios les confía la tarea de transmitir su voluntad. Es cierto que Pablo recuerda que uno solo es el "mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús" (1 Tm 2, 5), pero las iglesias dan fe del papel que estos mensajeros de Dios han tenido en la historia de la salvación. A través de ellos cada uno de nosotros percibe constantemente la presencia de Dios. La palabra evangélica nos abre un resquicio sobre su presencia ante el trono de Dios en el cielo mientras celebran una ininterrumpida liturgia celestial. Los creyentes nos unimos a esta divina liturgia celestial cada vez que celebramos la Eucaristía proclamando a Dios tres veces santo. El pasaje evangélico que hemos escuchado es uno de aquellos pasajes en los que los ángeles dan muestra, con su "subir y bajar", de la constante presencia del Señor en nuestra vida. Los creyentes no deben temer a las fuerzas oscuras que invaden el mundo y los corazones de los hombres. A través de sus ángeles el Señor no nos abandona, es más, no deja de protegernos. Todo creyente, toda comunidad cristiana tiene su ángel que vela para que el mal no prevalezca. El Señor, con el ejército de ángeles, nos rodea para que nada nos pueda alejar de él. Ellos luchan contra el Príncipe del mal y nos ayudan a hacer el bien. Unámonos en la oración que la liturgia ambrosiana pronuncia el día de su fiesta: "Si los espíritus rebeldes cayeron al abismo infernal, el inmenso ejército de ángeles y de arcángeles te canta sin fin el himno de la fidelidad y del amor. Y nosotros, esperando poder compartir su beata existencia, ya ahora nos unimos a este eterno coro de adoración de alegría, elevándote, oh Padre, nuestra alabanza".

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.