ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 26 de junio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hebreos 13,1-6

Permaneced en el amor fraterno. No os olvidéis de la hospitalidad; gracias a ella hospedaron algunos, sin saberlo, a ángeles. Acordaos de los presos, como si estuvierais con ellos encarcelados, y de los maltratados, pensando que también vosotros tenéis un cuerpo. Tened todos en gran honor el matrimonio, y el lecho conyugal sea inmaculado; que a los fornicarios y adúlteros los juzgará Dios. Sea vuestra conducta sin avaricia; contentos con lo que tenéis, pues él ha dicho: No te dejaré ni te abandonaré; de modo que podamos decir confiados: El Señor es mi ayuda; no temeré. ¿Qué puede hacerme el hombre?

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este último capítulo de la epístola se abre con una exhortación al amor: «Que el amor fraterno perdure». No se trata solo de distinguirse por las obras de caridad, como se hacía en el pasado (cfr. 6,10; 10,33), sino de «perdurar» en el amor. Además, Jesús había dicho: «En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros» (Jn 13,35). El amor mutuo define a la comunidad como cristiana y la convierte en testimonio del Evangelio. Parte integrante de esta fraternidad es la atención a la «hospitalidad». La tradición bíblica se sostiene por esta columna vertebral de la acogida. El autor recuerda que practicándola «algunos, sin saberlo, hospedaron a ángeles». Es evidente la referencia a Abrahán, que acogió a aquellos tres peregrinos bajo la encina de Mambré. Nosotros podríamos añadir que toda la historia cristiana está marcada por esta atención por la hospitalidad: Jesús, en el juicio universal que narra Mateo, dirá: «Era forastero y me acogisteis». El amor fraterno no permanece cerrado en el círculo de la comunidad de cada uno, sino que se amplía necesariamente hacia los demás, hacia los encarcelados y aquellos que sufren, y hacia todos aquellos que esperan ayuda. También el matrimonio forma parte del universo del amor. El autor quiere preservarlo de aquellas traiciones que nacen de la insatisfacción de los instintos de cada uno o de sus deseos. El matrimonio, en efecto, que va más allá de la simple unión sexual, tiene por objetivo la creación de una familia que permita a la sociedad y también a la Iglesia una existencia en armonía en todas las fases de la vida y en todas sus situaciones. Y los cristianos están invitados a elegir un estilo de vida austero y no sometido a una ansiosa carrera por el bienestar personal que no tiene en cuenta la vida de todos. Por eso la epístola nos previene sobre todo de la avaricia, es decir, de la acumulación de riquezas para uno mismo y nos invita a considerar la responsabilidad por los pobres y los débiles. La indicación de «contentarse» con lo que se tiene no es una invitación a la resignación, sino una exhortación a abandonarse a la misericordia de Dios que no nos abandona jamás. Se trata de un estilo de vida evangélico que Jesús vivió en primera persona y que transmitió a sus discípulos.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.