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Recuerdo de Zacarías y de Isabel, que en su vejez concibió a Juan el Bautista. Leer más

Libretto DEL GIORNO
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Jueves 5 de noviembre

Recuerdo de Zacarías y de Isabel, que en su vejez concibió a Juan el Bautista.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Romanos 14,7-12

Porque ninguno de nosotros vive para sí mismo; como tampoco muere nadie para sí mismo. Si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así que, ya vivamos ya muramos, del Señor somos. Porque Cristo murió y volvió a la vida para eso, para ser Señor de muertos y vivos. Pero tú ¿por qué juzgas a tu hermano? Y tú ¿por qué desprecias a tu hermano? En efecto, todos hemos de comparecer ante el tribunal de Dios, pues dice la Escritura: ¡Por mi vida!, dice el Señor, que toda rodilla se doblará ante mí, y toda lengua bendecirá a Dios. Así pues, cada uno de vosotros dará cuenta de sí mismo a Dios.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Esta página de la Epístola se centra en la atención que hay que tener con los "débiles" de la comunidad, es decir, con aquellos cuya fe todavía no es firme y tienen escrúpulos religiosos sobre los alimentos que hay que comer. Tanto en Roma como en Corinto había "fuertes", es decir, los que se consideraban libres de toda relación con la tradición, y los "débiles", los que todavía vivían según las normas asociadas al ambiente judeocristiano. La disputa entre ellos se centraba sobre todo en la cuestión de la pureza de los alimentos. En realidad, la gravedad de la situación consistía en las acusaciones recíprocas que los dos grupos se lanzaban entre ellos. Pablo utiliza palabras duras para los que juzgan y desprecian a los demás. Estos, en efecto, debilitan la comunidad, pues no aman lo que esta edifica y diluyen así la energía de la comunión. El apóstol recuerda a los cristianos que lo primordial es la fraternidad y la comunión: los discípulos están llamados ante todo a vivir para el Señor y para su Evangelio y no para ellos mismos o para sus ideas. El Evangelio y solo el Evangelio es la fuente y la razón misma de la comunión entre los creyentes. No es la observancia, lo que une, no es la "fuerza" del orgullo de cada uno ni la "debilidad" de una vida de renuncia, lo que salva la comunión en la comunidad cristiana. Lo que salva es siempre y solo el amor de Dios acogido y practicado. Así pues, es un deber prioritario custodiar y defender el amor fraterno que recibimos desde las alturas. Y por eso es el bien más precioso que debemos preservar. De hecho, dice Jesús, por eso reconocerán que somos sus discípulos.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.