ORACIÓN CADA DÍA

Oración por la Paz
Palabra de dios todos los dias

Oración por la Paz

En la basílica de Santa María de Trastevere se reza por la paz.
Recuerdo de san Cirilo, obispo de Jerusalén (+ 387). Oración por Jerusalén y por la paz en Tierra Santa.
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Libretto DEL GIORNO
Oración por la Paz
Lunes 18 de marzo

En la basílica de Santa María de Trastevere se reza por la paz.
Recuerdo de san Cirilo, obispo de Jerusalén (+ 387). Oración por Jerusalén y por la paz en Tierra Santa.


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Juan 8,1-11

Mas Jesús se fue al monte de los Olivos. Pero de madrugada se presentó otra vez en el Templo, y todo el pueblo acudía a él. Entonces se sentó y se puso a enseñarles. Los escribas y fariseos le llevan una mujer sorprendida en adulterio, la ponen en medio y le dicen: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés nos mandó en la Ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú qué dices?» Esto lo decían para tentarle, para tener de qué acuasarle. Pero Jesús, inclinándose, se puso a escribir con el dedo en la tierra. Pero, como ellos insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: «Aquel de vosotros que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra.» E inclinándose de nuevo, escribía en la tierra. Ellos, al oír estas palabras, se iban retirando uno tras otro, comenzando por los más viejos; y se quedó solo Jesús con la mujer, que seguía en medio. Incorporándose Jesús le dijo: «Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado?» Ella respondió: «Nadie, Señor.» Jesús le dijo: «Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más.»

 

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Este Evangelio nos muestra una extraordinaria escena de misericordia: Jesús, muy temprano, fue al templo. Mientras hablaba a la multitud, de improviso llevan ante él a una mujer sorprendida en flagrante adulterio. Según la Ley aquella mujer debía ser lapidada. Si la Ley era clara, más evidente aún era la violencia que había llevado a aquella gente a arrojar ante Jesús a aquella pecadora. Quieren desacreditar su misericordia, mostrar las contradicciones de ese bien sin límites que predicaba con su Evangelio. Él, frente a esta escena tan violenta, calla, se inclina como para echarse al suelo junto a esa pecadora, y se pone a escribir sobre la tierra. El Señor de la Palabra no habla, no condena: él ama a esa mujer y quiere liberarla del mal. Finalmente, Jesús levanta la cabeza y se dirige a los fariseos acusadores diciendo: "Aquel de vosotros que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra". Después se inclina de nuevo y continúa escribiendo en la tierra. El evangelista señala: "Se iban retirando uno tras otro, comenzando por los más viejos". Sí, los que vinieron en bloque -el odio une siempre a los siervos del mal- se marchan en desorden. Es un momento de verdad: no queda nadie, solo Jesús y la mujer, el misericordioso y la pecadora. "Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado?... Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más". Jesús, el único sin pecado, el único que habría podido arrojarle una piedra, le dice palabras de perdón y de amor. Este es el Evangelio de amor que los discípulos deben acoger y comunicar al mundo. No se trata de condescender con el pecado; todo lo contrario: todos somos adúlteros, hombres y mujeres, que hemos traicionado el amor del Señor. Él ha sido siempre fiel, y con increíble misericordia continúa perdonándonos. También nosotros, junto con la adúltera, estamos ante Jesús y su misericordia, y se nos invita a escuchar la exhortación de Jesús a aquella mujer: "Vete, y en adelante no peques más". La misericordia de Dios no es un fácil encubrimiento del mal, exige por su propia naturaleza el cambio del corazón, alejarse del pecado y del mal. La misericordia no es un simple sentimiento: acogerla es el comienzo de la salvación porque nos libera de la esclavitud del mal.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.