ORACIÓN CADA DÍA

Liturgia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo

Homilía

Con este primer domingo de Adviento empieza el nuevo año litúrgico. Es un tiempo nuevo que podríamos comparar con una peregrinación espiritual hacia aquel "monte santo" del que habla el profeta Isaías en la lectura que nos ha sido proclamada. Es un itinerario en el que no caminaremos a tientas, como quienes no conocen la meta. La Palabra de Dios guiará nuestros pasos. Paso a paso los domingos nos ayudarán para que crezca en nosotros el hombre espiritual con los rasgos de Jesús. Por eso podríamos decir que la meta de nuestra peregrinación es Jesús mismo, y que el camino para alcanzarla lo traza el Evangelio. Damos los primeros pasos en este primer domingo de Adviento. Como sabemos, el tiempo litúrgico de Adviento está marcado por la espera del Señor. Es cierto que Jesús viene hacia nosotros en todo tiempo, mejor dicho, Él está con nosotros cada día, como dijo a los discípulos antes de subir al cielo. Pero hay una gracia especial de este tiempo litúrgico; es la gracia de tener más viva la conciencia de Jesús como "aquel que viene" para habitar entre nosotros.
Este domingo nos recuerda que antes de que nosotros nos movamos hacia Jesús, Él viene a nuestro encuentro y empieza la peregrinación hacia nosotros. Y puede ocurrir que no nos demos cuenta. El motivo lo sugiere el mismo Jesús: "como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del hombre. Porque como en los días que precedieron al diluvio, comían, bebían, tomaban mujer o marido, hasta el día en que entró Noé en el arca, y no se dieron cuenta hasta que vino el diluvio y los arrastró a todos, así será también la venida del Hijo del hombre". Es una severa advertencia que nos hace pensar también en ciertas culpables ligerezas al considerar los signos de los tiempos: mientras no pocas tragedias se abaten ya sobre la vida de los pueblos, especialmente en el Sur pobre del mundo, en muchas partes ricas del planeta se continúa la vida como si nada estuviera ocurriendo.
Las palabras de Jesús quieren ciertamente estigmatizar la decadencia moral de muchos comportamientos, como también nos hace notar el apóstol Pablo en la carta a los Romanos: "como en pleno día, procedamos con decoro: nada de comilonas y borracheras, nada de lujurias y desenfrenos; nada de rivalidades y envidias" (13,13). Jesús quiere llamar a sus discípulos a una vigilancia activa para el tiempo nuevo que él mismo está a punto de inaugurar. Ciertamente, un estilo de vida egocéntrico y consumista nos apesadumbra, nos vuelve insensibles, nos obliga a doblegar nuestros ojos y nuestros pensamientos en el provincialismo de los intereses individuales y partidistas. No hay duda de que, desgraciadamente, nos encontramos ante un abatimiento de la vida, ante un individualismo generalizado. Este tiempo de Adviento viene a decirnos que es necesario que volvamos a centrar nuestra mirada en Jesús. El Evangelio nos llama a un estilo de vida atento y vigilante. Jesús no tiene miedo de compararse con un ladrón que llega de improviso: "velad, pues, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor... Si el dueño de casa supiese a qué hora de la noche iba a venir el ladrón, estaría en vela y no permitiría que le horadasen su casa". Este extraño texto es, en realidad, una llamada acuciante a la vigilancia. Jesús viene, pero hay que tener los ojos límpidos para percatarnos de los signos de su paso. Por este motivo el Adviento es un tiempo oportuno para "levantarnos del sueño", como exhorta el apóstol Pablo. La escucha asidua de la Palabra de Dios, una mayor atención a la caridad hacia los pobres, son formas concretas para seguir "despiertos" en la espera de Jesús, "sabiendo que el Día del Señor ha de venir como un ladrón en la noche" (1 Ts 5,2).

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.