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Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias

Vigilia del domingo

Recuerdo de san Gregorio Magno (540-604), papa y doctor de la Iglesia. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo

Recuerdo de san Gregorio Magno (540-604), papa y doctor de la Iglesia.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 6,1-5

Sucedió que cruzaba en sábado por unos sembrados; sus discípulos arrancaban y comían espigas desgranándolas con las manos. Algunos de los fariseos dijeron: «¿Por qué hacéis lo que no es lícito en sábado?» Y Jesús les respondió: «¿Ni siquiera habéis leído lo que hizo David, cuando sintió hambre él y los que le acompañaban, cómo entró en la Casa de Dios, y tomando los panes de la presencia, que no es lícito comer sino sólo a los sacerdotes, comió él y dio a los que le acompañaban?» Y les dijo: «El Hijo del hombre es señor del sábado.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Las disposiciones judías no permitían coger ni comer espigas de trigo durante el sábado. Los fariseos, que observaban escrupulosamente la ley, aunque a menudo olvidaban el corazón y la vida de la gente, viendo que los discípulos, al pasar por un campo de trigo, cogen las espigas para comer, los acusan de no respetar el reposo sabático. Los rabinos, en efecto, habían enumerado 39 tipos de trabajo prohibido durante el sábado, y entre ellos estaban también segar, batir y ventilar el trigo. Jesús evita entrar directamente en discusiones casuísticas y responde a la acusación recordando el episodio de David, quien mientras huía de Saúl, que quería matarlo, se refugió en el templo. Y allí el sacerdote permitió al fugitivo comer los panes llamados de la Presencia (porque eran colocados frente a Dios), que debían ser únicamente para los sacerdotes durante la semana del culto. La necesidad de David impulsó al gran sacerdote Aquimelec a derogar esta disposición legislativa para permitir que David sobreviviera. La verdad de la legislación sobre el "día de reposo" es ponerse totalmente y plenamente al servicio del Señor. No es una cuestión de observar rituales externos. El Señor nos pide que reposemos del trabajo bien para que podamos participar en la santa Liturgia en la que somos constituidos como una única familia, bien para que ayudemos a vivir a todos, especialmente a los más pobres, a los pequeños y a los enfermos, la fiesta del amor de Dios, es decir la alegría de los hermanos que están juntos. Jesús es señor también del sábado, no porque pueda prescindir a su gusto de cuanto está escrito, sino para hacer que se cumpla, es decir, para librar a los hermanos y las hermanas de la soledad, del dolor y de la esclavitud de un trabajo inhumano. Ese es el sentido con el que los cristianos son llamados a vivir el domingo. Y debemos preguntarnos si, en un mundo en el que todo parece someterse a la ley del mercado y del consumo, acaso no es urgente que hoy los cristianos vuelvan a proponer el sentido del reposo como día de alabanza a Dios, de fraternidad y de ayudar a los pobres.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.