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Memoria de la Iglesia
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Recuerdo de santa Catalina de Siena (1347-1380); trabajó por la paz, por la unidad de los cristianos y por los pobres.
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Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia

Recuerdo de santa Catalina de Siena (1347-1380); trabajó por la paz, por la unidad de los cristianos y por los pobres.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 13,16-20

«En verdad, en verdad os digo:
no es más el siervo que su amo,
ni el enviado más que el que le envía. «Sabiendo esto, dichosos seréis si lo cumplís. No me refiero a todos vosotros; yo conozco a los que he elegido; pero tiene que cumplirse la Escritura: El que come mi pan
ha alzado contra mí su talón.
«Os lo digo desde ahora,
antes de que suceda,
para que, cuando suceda,
creáis que Yo Soy. En verdad, en verdad os digo:
quien acoja al que yo envíe me acoge a mí,
y quien me acoja a mí, acoge a Aquel que me ha
enviado.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Evangelio que hemos escuchado nos lleva al interior del cenáculo. Jesús acaba de terminar de lavar los pies a los discípulos. Pretendía ser una enseñanza para mostrar hasta dónde llegaba su amor, y Jesús quería que este tipo de amor reinase entre ellos, como el atributo más alto de quien quisiera ser discípulo suyo. Con solemnidad les dice: "No es más el siervo que su amo, ni el enviado más que el que lo envía". Los discípulos de ayer y de hoy son llamados a comportarse según esta lógica que Jesús mostraba de una forma tan viva a través del lavatorio de los pies a los apóstoles. Era el modo más evidente para comentar la enseñanza de amar a los demás donándoles hasta la propia vida. Es en este empeño por donarse donde reside la alegría de los creyentes: "Sabiendo esto, dichosos seréis si lo cumplís". Es la presentación de un cristianismo que encuentra su alegría en amar a los demás, en gastar la propia vida por el Evangelio. No es que esto no suponga un esfuerzo ni comporte sacrificios, pero la comunicación del Evangelio proporciona una alegría aún más grande porque nos hace participar del gran designio de amor de Dios para el mundo. Por desgracia no siempre los discípulos de Jesús viven con este espíritu; también nosotros nos dejamos vencer por un estilo de vida egocéntrico y perezoso. De esa manera se desvirtúa el Evangelio y se menosprecia su fuerza de cambio. Judas es el ejemplo trágico de esta deriva: él, que incluso había sido íntimo de Jesús hasta el punto de "mojar el pan" en el mismo plato, llega a venderlo por una pocas monedas. Jesús, sin embargo, conociendo la debilidad de los discípulos, les advierte de las dificultades que sobrevendrán para que sean capaces de resistir a las insidias del mal. Lo que cuenta es permanecer unidos al Señor Jesús. El evangelista parece sugerir la solemnidad de la epifanía de Jesús: "Os lo digo desde ahora, antes de que suceda, para que, cuando suceda, creáis que Yo Soy". La fórmula "Yo Soy" recuerda la voz que Moisés escuchó desde la zarza ardiente: en efecto, escuchando a Jesús escuchamos al Padre mismo que está en el cielo.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.