ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Apocalipsis 2,8-11

Al Ángel de la Iglesia de Esmirna escribe: Esto dice el Primero y el Ultimo, el que estuvo muerto y revivió. Conozco tu tribulación y tu pobreza - aunque eres rico - y las calumnias de los que se llaman judíos sin serlo y son en realidad una sinagoga de Satanás. No temas por lo que vas a sufrir: el Diablo va a meter a algunos de vosotros en la cárcel para que seáis tentados, y sufriréis una tribulación de diez días. Manténte fiel hasta la muerte y te daré la corona de la vida. El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias: el vencedor no sufrirá daño de la muerte segunda.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jesús, a través del apóstol, se dirige a la comunidad de Esmirna que sufre a causa de la "sinagoga de Satanás". Era el peligro que corrían los cristianos que se dejaban influir por tendencias judeizantes. Sí, la resistencia podía comportar sufrimiento e incluso prisión. En Esmirna había una fuerte comunidad judía especialmente hostil a la nueva comunidad cristiana que, por otra parte, se estaba difundiendo con rapidez. Hacia la mitad del siglo II el obispo de la ciudad, Policarpo, que según la tradición fue discípulo del apóstol, sufrió el martirio. Jesús hace escribir al ángel de Esmirna, que conoce las tribulaciones y las calumnias que la comunidad está sufriendo por causa de los enemigos. Y la exhorta a no tener miedo y a resistir a las dificultades: "Manténte fiel hasta la muerte y te dará la corona de la vida" (v. 10). Con esta página comprendemos que la vida de toda comunidad cristiana, así como la vida de todo discípulo, es siempre una vida de lucha, una existencia de combate o, si se prefiere, de agonía: los creyentes deben luchar continuamente contra el Mal, el que está en el corazón de cada uno y el que está fuera. Jesús fue el primero que conoció una lucha sin cuartel contra el Mal que continúa abatiéndose contra los hombres. La oposición al Evangelio es una dimensión presente en toda la vida de Jesús y estará presente a lo largo de toda la historia cristiana. A los discípulos se les pide que perseveren en la lucha contra el "príncipe de este mundo". En esa perspectiva hay que interpretar las palabras de Jesús: "No he venido a traer paz, sino espada" (Mt 10, 34). La tentación de pensar en una vida sin ninguna preocupación, o en una comunidad sin problemas, es una peligrosísima ilusión. El apóstol Pablo, a ese propósito, escribe: "Cuando digan: 'Paz y seguridad’, entonces mismo, de repente, vendrá sobre ellos la ruina" (1 Ts 5, 3). Una concepción avara y superficial de la vida lleva a huir de la responsabilidad de la lucha y del sufrimiento. Todos estamos llamados a luchar contra el Mal, tanto si es pequeño como si es grande. Su lógica es siempre impresionante, y su habilidad consiste en esconderse en los recovecos de la vida de cada uno de nosotros y de la propia comunidad. Aquel que lucha con generosidad y confianza en el Señor alcanzará la victoria tanto en esta vida como en la del más allá: "El vencedor no sufrirá daño de la muerte segunda" (v. 11), asegura Juan.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.