ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 1,26-38

Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. Y entrando, le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.» Ella se conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo. El ángel le dijo: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. El será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin.» María respondió al ángel: «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?» El ángel le respondió: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios. Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible para Dios.» Dijo María: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.» Y el ángel dejándola se fue.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El calendario litúrgico recuerda hoy a la Santa María Virgen Reina. La fiesta es muy reciente. Fue instituida por Pío XII en 1955, que la situó a finales de agosto, completando de algún modo el misterio de la Asunción, un dogma que abre los ojos al futuro de la humanidad, a nuestro propio futuro de creyentes. María, la primera de los creyentes, es la primera que entró en el cielo. Después de ella, también nosotros seremos abrazados por el Señor en la santa Jerusalén. El Concilio Vaticano II escribe a ese propósito: "La Virgen Inmaculada..., terminado el curso de su vida en la tierra, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria del cielo y enaltecida por Dios como Reina del universo, para ser conformada más plenamente a su Hijo, Señor de los señores y vencedor del pecado y de la muerte". Es un misterio realmente grande porque no solo nos revela el futuro hacia el que nos encaminamos todos, sino que nos da también a una Madre que continúa estando delante de nuestros ojos como signo de la misericordia sin límites de Dios. El Evangelio de la visitación a Isabel nos muestra la rapidez con la que María responde al Señor poniendo en práctica aquella misericordia que ella había acogido primero en su interior. Escribe Lucas que María, al saber por el ángel que Isabel estaba embarazada, corre a verla para ayudarla en aquel momento especialmente delicado. Podríamos decir también que aquel primer gesto demuestra qué significa la "realeza" cristiana: ponerse al servicio de quien lo necesita. Sí, para los cristianos ser "rey" significa gastar la vida por los demás. Es lo que María hace apenas recibir del ángel el anuncio de que es la madre del Mesías. Además, Jesús afirma y vive en primera persona esa realeza. Ese es el sentido de sus conocidas palabras: "El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir" (Mt 20,28). Al término de la última cena, Jesús, después de haber lavado los pies a los discípulos, les dice: "Os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros" (Jn 13, 15). María fue la primera que recorrió el camino de la realeza del amor. Cuando el evangelista escribe que fue "con prontitud" quiere indicar la urgencia del amor. El Evangelio siempre nos apresura, nos hace salir de nuestras costumbres, de nuestras preocupaciones y de nuestros pensamientos. Hace que nos levantemos y nos lleva al lado de quien sufre o pasa necesidad, como la anciana Isabel, que pasaba una difícil maternidad. Isabel, al ver a la joven María llegar a su casa, se alegró profundamente hasta su seno. Es la alegría de los débiles y de los pobres cuando reciben la visita de las "siervas" y los "siervos" del Señor, que son los que creyeron "que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor". La Palabra de Dios crea una alianza nueva en el mundo, una alianza inusitada, la alianza entre los discípulos del Evangelio y los pobres.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.