ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 13,22-30

Atravesaba ciudades y pueblos enseñando, mientras caminaba hacia Jerusalén. Uno le dijo: «Señor, ¿son pocos los que se salvan?» El les dijo: «Luchad por entrar por la puerta estrecha, porque, os digo, muchos pretenderán entrar y no podrán. «Cuando el dueño de la casa se levante y cierre la puerta, os pondréis los que estéis fuera a llamar a la puerta, diciendo: "¡Señor, ábrenos!" Y os responderá: "No sé de dónde sois." Entonces empezaréis a decir: "Hemos comido y bebido contigo, y has enseñado en nuestras plazas"; y os volverá a decir: "No sé de dónde sois. ¡Retiraos de mí, todos los agentes de injusticia!" «Allí será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abraham, Isaac y Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, mientras a vosotros os echan fuera. Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se pondrán a la mesa en el Reino de Dios. «Y hay últimos que serán primeros, y hay primeros que serán últimos.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El pasaje evangélico se abre mostrando a Jesús que enseña mientras lleva a cabo su viaje hacia Jerusalén. Jesús no camina entre los hombres, indiferente ante aquellos a los que encuentra, tal vez para concentrarse solo en sí mismo o en sus problemas personales concretos. Tiene una meta, Jerusalén, pero no se dirige a esa meta únicamente para sí mismo. Él va a morir a la ciudad santa porque quiere que todos se salven. No es él, de hecho, quien necesita la salvación, sino los hombres. En ese contexto asume mayor importancia la pregunta que le hacen a Jesús sobre el número de los que se salvan. El interlocutor transmite la preocupación que había en aquella época sobre el número de los que se iban a salvar, ya que entre los rabinos algunos excluían de la salvación a aquellos que no respetaban determinadas disposiciones. De ese modo se ponía en duda que todo el pueblo de Israel se fuera a salvar. En un apócrifo judío, por ejemplo, se lee: "El Altísimo ha hecho este siglo para muchos, pero el futuro para pocos" (IV libro de Esdras). Jesús, en cambio, afirma que no se entra en el reino de Dios por simple pertenencia al pueblo de Israel, o a una nación, o a una etnia, o una cultura. Lo que salva es la fe, es decir, acoger a Jesús como al salvador. Por eso es decisiva la decisión del discípulo que es llamado a seguir al Maestro. Jesús no contesta directamente a la pregunta sobre el número de los que se salvarán. Solo dice que ha llegado el momento de elegir, es decir, del juicio. Y aquel día no sirve de nada reivindicar derechos de pertenencia a un pueblo o haber participado en ritos religiosos. Al contrario -añade Jesús- "vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se pondrán a la mesa en el Reino de Dios". Lo importante es elegir rápido y seguir al Señor, antes de que sea demasiado tarde. Ese es el sentido de la imagen de la puerta estrecha. Es un modo de decir que, frente a la predicación del Evangelio, no podemos aplazar la decisión de escuchar. Rechazar el Evangelio que se proclama es como llegar a la casa de la que habla el pasaje evangélico cuando el dueño ya ha cerrado la puerta. Sí, tenemos que estar atentos y vigilantes cada vez que se proclama el Evangelio. De aquella Palabra depende nuestra salvación. Quien se queda fuera del Evangelio, en realidad, queda a merced del príncipe del mal y sentirá el pinchazo del frío de la tristeza y la amargura de la soledad. Los "últimos" -que en el texto se refiere a los paganos- quiere subrayar que la "primacía" debe consistir en escuchar, es decir acoger el Evangelio en nuestro corazón y ponerlo en práctica.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.