ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Cantar de los Cantares 7,11-14; 8,1-4

Yo soy para mi amado,
y hacia mí tiende su deseo. ¡Oh, ven, amado mío,
salgamos al campo!
Pasaremos la noche en las aldeas. De mañana iremos a las viñas;
veremos si la vid está en cierne,
si las yemas se abren,
y si florecen los granados.
Allí te entregaré
el don de mis amores. Las mandrágoras exhalan su fragancia.
A nuestras puertas hay toda suerte de frutos exquisitos.
Los nuevos, igual que los añejos,
los he guardado, amado mío, para ti. ¡Ah, si fueras tú un hermano mío,
amamantado a los pechos de mi madre!
Podría besarte, al encontrarte afuera,
sin que me despreciaran. Te llevaría, te introduciría
en la casa de mi madre, y tú me enseñarías.
Te daría a beber vino aromado,
el licor de mis granadas. Su izquierda está bajo mi cabeza,
y su diestra me abraza. Yo os conjuro,
hijas de Jerusalén,
no despertéis, no desveléis al amor,
hasta que le plazca.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Después del canto del amado resuena ahora la voz de la amada. Dos escenas se reúnen en este pasaje, la primera (7, 11-14) tiene lugar al abierto, entre los campos y las aldeas, mientras que la segunda (8, 1-4) se debería desarrollar en la ciudad, entre las casas y en la morada materna. La invitación de la amada comienza con la reafirmación de la fórmula de la Alianza, de la recíproca y exclusiva posesión: "Yo soy para mi amado". Es una posesión que debe consumarse en el amor. Ella propone una excursión primaveral al campo, debemos por tanto suponer que se encuentran en una ciudad, presumiblemente Jerusalén: "¡Oh, ven, amado mío, salgamos al campo, pasemos la noche en las aldeas!". Su promesa es directa: "Allí te entregaré el don de mis amores". Es una invitación a una especie de misión fecundadora, como para mostrar la belleza de ese amor. La naturaleza primaveral no sólo asiste a su amor sino que se convierte en el fruto del mismo. Allí donde hay amor surge una nueva primavera, un nuevo edén, un nuevo paraíso. Canta la amada: "De mañana iremos a las viñas, a ver si la vid está en cierne, si se abren las yemas, si florecen los granados. Allí te entregaré el don de mis amores". Y -se podría añadir- las vides germinarán, las yemas se abrirán, y los granados florecerán. El perfume del amor, del amor especial que hay entre el Señor y la Iglesia, se expandirá como el de las "mandrágoras", y no faltarán los frutos a sus puertas. Es una imagen que incluye a quien ha experimentado la fuerza extraordinaria del amor gratuito del Señor: cada vez que la Iglesia vive de este amor ella misma se vuelve "atractiva": hombres y mujeres, sobre todo los pobres, se acercan porque necesitan ese amor. La esposa parece decir no sólo al amado, sino también a ellos: "los guardo, amado, para ti". Es una evocación del pasaje evangélico de Mateo: "Tuve hambre y me disteis de comer". El poeta desplaza la escena desde el campo a la ciudad. El texto hace presuponer una situación en que la relación de la amada con su amado no puede ser desvelada públicamente. Pero quiere amarlo. Y desea que el hombre sea su hermano para poder besarlo en público y en casa, donde le ofrecería "vino aromado ... el licor de mis granadas". Incluso entre hermanos y hermanas, parece sugerir el texto, se puede y se debe vivir el amor conyugal del Señor: es una sugerencia al amor de quien escoge el celibato y al mismo tiempo a la primacía absoluta del amor por el Señor que debe reinar incluso entre los esposos. No cuenta sobre todo el "estado civil", lo que cuenta es la primacía del amor de Dios. Por esto me parece decisiva la afirmación que sigue: "tú me enseñarías". Es el Señor Jesús quien nos enseña a amar. El amor no es algo que se dé por descontado. El del mundo está marcado por el egoísmo y por una mentalidad muchas veces mercantilista. El amor del Señor es diferente del de este mundo: es totalmente gratuito. Más que tomarlo, debemos recibirlo. Por esto hay que entrar en la casa de la madre, de la Santa Madre Iglesia. Aquí, Jesús, que nos ha amado hasta dar su propia vida por nosotros, nos dona su Espíritu, su amor, un amor que no conoce límites, ni siquiera el de la muerte. Este es el amor que necesitamos nosotros y el mundo. Al comienzo de este nuevo milenio, la Iglesia debe recorrer, como la amada del Cantar, los campos, las aldeas y las ciudades de este mundo para dar testimonio del amor gratuito del Señor, el amor que nos salva de la esclavitud del egocentrismo y del materialismo. Esta vez es el amado quien abraza a la amada: "Su izquierda está bajo mi cabeza, me abraza con la derecha". La fuerza de la Iglesia no está en ella misma, sino en este abrazo. Ella sigue invocando: "Os conjuro, muchachas de Jerusalén, que no despertéis ni desveléis, a mi amor hasta que quiera". Es una exhortación para nosotros: ¡Dejémonos amar por el Señor!

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.