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Memoria de la Madre del Señor
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Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 24 de enero

Recuerdo especial de las comunidades cristianas de Europa y de América


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Proverbios 8,1-21

¿No está llamando la Sabiduría?
y la Prudencia, ¿no alza su voz? En la cumbre de las colinas que hay sobre el camino,
en los cruces de sendas se detiene; junto a las puertas, a la salida de la ciudad,
a la entrada de los portales, da sus voces: A vosotros, hombres, os llamo,
para los hijos de hombre es mi voz. Entended, simples, la prudencia
y vosotros, necios, sed razonables. Escuchad: voy a decir cosas importantes
y es recto cuanto sale de mis labios. Porque verdad es el susurro de mi boca
y mis labios abominan la maldad. Justos son todos los dichos de mi boca,
nada hay en ellos astuto ni tortuoso. Todos están abiertos para el inteligente
y rectos para los que la ciencia han encontrado. Recibid mi instrucción y no la plata,
la ciencia más bien que el oro puro. Porque mejor es la sabiduría que las piedras preciosas,
ninguna cosa apetecible se le puede igualar. Yo, la Sabiduría, habito con la prudencia,
yo he inventado la ciencia de la reflexión. (El temor de Yahveh es odiar el mal.)
La soberbia y la arrogancia y el camino malo
y la boca torcida yo aborrezco. Míos son el consejo y la habilidad,
yo soy la inteligencia, mía es la fuerza. Por mí los reyes reinan
y los magistrados administran la justicia. Por mí los príncipes gobiernan
y los magnates, todos los jueces justos. Yo amo a los que me aman
y los que me buscan me encontrarán. Conmigo están la riqueza y la gloria,
la fortuna sólida y la justicia. Mejor es mi fruto que el oro, que el oro puro,
y mi renta mejor que la plata acrisolada. Yo camino por la senda de la justicia,
por los senderos de la equidad, para repartir hacienda a los que me aman
y así llenar sus arcas."

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

La sabiduría se hace oír como la voz de una persona que llama a sus hijos. En los promontorios, en las encrucijadas de las calles, junto a las puertas de la ciudad, a la entrada de las casas, por todos lados ella está apostada para alcanzar a sus hijos. Es el amor del Señor que no cesa de buscar al hombre para que responda a su voz, como Jesús que mandó por todos lados a sus siervos para llamar a los invitados al banquete nupcial: "A vosotros, hombres, os llamo, dirijo mi voz a los humanos". Cuántas veces la voz de Dios nos ha alcanzado y nos ha advertido, queriendo comunicarnos el secreto de la vida. En ella nosotros hemos encontrado verdad, justicia, prudencia, inteligencia, consejo, éxito y fuerza. Son algunas de sus características que hacen de ella algo extremadamente precioso, más que el oro y que las perlas. Ella es también la guía para un buen gobierno: "Por mí los reyes reinan y los magistrados administran la justicia. Por mí los gobernantes gobiernan y los príncipes son todos jueces justos". Vale la pena invertir buscando la sabiduría, porque ella "ama a los que la aman y los que la buscan con afán la encuentran". Aquí se plantea una pregunta para la vida de cada uno: ¿cómo buscar la sabiduría, donde encontrar sus enseñanzas? El libro de los Proverbios identifica varias veces la sabiduría con la enseñanza de Dios. ¿Se trata sólo de la Torá revelada por el Señor al pueblo Israel? Parece que esta sabiduría se extiende también a todo lo que el Señor ha puesto en la vida de todos los pueblos y en el conocimiento de cada uno. El verdadero problema es "buscar", no dejarse llevar por el instinto, por las costumbres, por el carácter, por uno mismo. El secreto de la sabiduría está en Dios. Ella es un don que se nos concede cada vez que nos ponemos ante él. Ella reúne todas las cosas buenas, bellas y justas que Dios ha puesto en el mundo. Por esto la Sabiduría, con S mayúscula, existe junto a Dios desde los orígenes. Para nosotros los cristianos ella se ha revelado definitivamente en Jesús muerto y resucitado, en su enseñanza, en su palabra. No hay nada que la iguale, porque ella es el don de Dios a la humanidad.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.