ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 24 de febrero


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Proverbios 25,1-28

También estos son proverbios de Salomón, transcritos por los hombres de Ezequías, rey de Judá. Es gloria de Dios ocultar una cosa,
y gloria de los reyes escrutarla. Los cielos por su altura, la tierra por su profundidad,
y el corazón de los reyes: son inescrutables. Quita las escorias de la plata,
y quedará enteramente pura; quita al malo de delante del rey,
y su trono se afianzará en la justicia. No te des importancia ante el rey,
no te coloques en el sitio de los grandes; porque es mejor que te digan: "Sube acá",
que ser humillado delante del príncipe.
Lo que han visto tus ojos, no te apresures a llevarlo a juicio;
pues ¿qué harás a la postre
cuando tu prójimo te confunda? Defiende tu causa contra tu prójimo,
pero no descubras los secretos de otro, no sea que el que lo oye te avergüence,
y que tu difamación no tenga vuelta. Manzanas de oro con adornos de plata,
es la palabra dicha a tiempo. Anillo de oro, o collar de oro fino,
la reprensión sabia en oído atento. Como frescor de nieve el día de la siega
el mensajero leal, para el que lo envía:
conforta el ánimo de su señor. Nubes y viento, pero no lluvia,
el hombre que se jacta de que va a hacer un regalo,
pero miente. Con paciencia se persuade al juez,
una lengua dulce quebranta los huesos. ¿Has hallado miel?, come lo que necesites;
no llegues a hartarte y la vomites. Pon tu pie pocas veces en casa del vecino,
no sea que se hastíe y te aborrezca. Martillo, espada, flecha aguda:
es el hombre que da testimonio falso contra su
prójimo. Diente roto, pie titubeante:
la confianza en el pérfido, el día de la angustia, como quitar el vestido en día helado.
Poner vinagre sobre salitre,
es cantar canciones a un corazón triste. Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer,
si tiene sed, dale de beber; así amontonas sobre su cabeza brasas
y Yahveh te dará la recompensa. El viento norte trae la lluvia,
la lengua que disimula, rostros airados. Mejor es vivir en la esquina del terrado,
que casa en común con mujer litigiosa. Agua fresca en fauces sedientas:
la noticia buena de un país lejano. Fuente hollada, manantial ensuciado,
el justo que titubea ante el malo. No es bueno comer mucha miel,
ni buscar gloria y más gloria. Ciudad abierta y sin muralla
es el hombre que no domina su ánimo.

 

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Comienza una serie diferente de Proverbios colocados bajo la autoridad de Salomón. De hecho, al comienzo domina la figura del rey, al que se atribuye la tarea de investigar la voluntad de Dios. Es más, ésta es su gloria. Al rey se atribuye un papel esencial en la sociedad: conocer la voluntad de Dios para poder actuar con justicia. Por eso ante él es necesario actuar con humildad: "No presumas ante el rey, ni te coloques entre los grandes; porque es mejor que te inviten a subir, que ser humillado ante los nobles" (vv. 6-7). La humildad es una cualidad de la vida del hombre que actúa con justicia. Esta se manifiesta también en relación a los bienes. En efecto, un corazón humilde sabe usar los bienes con moderación y sin exceso. Esta invitación se encuentra en los dos proverbios que mencionan la miel (vv. 16 e 27): "No es bueno comer mucha miel, ni empacharse de gloria". Se nota cómo el autor utiliza con frecuencia imágenes de la vida cotidiana para mostrarnos el sentido profundo de la vida. Lo mismo sucede por ejemplo en el versículo 11: "Manzanas de oro con adornos de plata, las palabras dichas a su tiempo". Es decir, la palabra es algo tan precioso que hay que decirla en el momento oportuno. En un mundo donde las palabras se desperdician sin reflexionar y ya no se sabe hacer silencio ni escuchar, la exhortación nos ayuda a comprender el valor y las consecuencias de las palabras que se dicen. De esta forma, desde el versículo 11 hasta el versículo 15 todo es un insistir sobre el uso de la palabra, cuando se advierte a alguien, cuando se comunica algo, cuando se usa dulzura en vez de palabras duras y frías, porque "una lengua suave" doblega incluso las cosas más duras (v. 15). La misma preocupación sobre el uso de la palabra vuelve en los versículos siguientes. Se vuelve a mencionar el gran mal que produce la falsedad y el hablar mal: "Maza, espada y flecha aguda, quien declara en falso contra su prójimo" (v. 18). Muchas veces no nos damos cuenta del mal que hacen la maledicencia y la falsedad, que cada vez más caracterizan nuestra sociedad arruinando la alegría de la convivencia: "El viento del norte trae la lluvia; lengua embustera, rostros airados" (v. 23). A continuación también una invitación a la delicadeza de la palabra en algunos momentos, como los del dolor: "Vinagre en la herida y desnudez en día frío es cantarle coplas a un corazón triste" (v. 20). Aprendamos a cuidar de la palabra, superando un uso instintivo, para que ésta construya y no arruine la vida con los demás. Dios nos ha dejado su palabra. Leámosla para que se convierta en nuestro nuevo alfabeto.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.