ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 7 de agosto


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Primera Juan 1,8-2,11

Si decimos: «No tenemos pecado»,
nos engañamos
y la verdad no está en nosotros. Si reconocemos nuestros pecados,
fiel y justo es él
para perdonarnos los pecados
y purificarnos de toda injusticia. Si decimos: «No hemos pecado»,
le hacemos mentiroso
y su Palabra no está en nosotros. Hijos míos,
os escribo esto para que no pequéis.
Pero si alguno peca,
tenemos a uno que abogue ante el Padre:
a Jesucristo, el Justo. El es víctima de propiciación por nuestros pecados,
no sólo por los nuestros,
sino también por los del mundo entero. En esto sabemos que le conocemos:
en que guardamos sus mandamientos. Quien dice: «Yo le conozco»
y no guarda sus mandamientos
es un mentiroso
y la verdad no está en él. Pero quien guarda su Palabra,
ciertamente en él el amor de Dios
ha llegado a su plenitud.
En esto conocemos que estamos en él. Quien dice que permanece en él,
debe vivir como vivió él. Queridos,
no os escribo un mandamiento nuevo,
sino el mandamiento antiguo,
que tenéis desde el principio.
Este mandamiento antiguo
es la Palabra que habéis escuchado. Y sin embargo, os escribo un mandamiento nuevo
- lo cual es verdadero en él y en vosotros -
pues las tinieblas pasan
y la luz verdadera brilla ya. Quien dice que está en la luz
y aborrece a su hermano,
está aún en las tinieblas. Quien ama a su hermano permanece en la luz
y no tropieza. Pero quien aborrece a su hermano está en las tinieblas,
camina en las tinieblas,
no sabe a dónde va,
porque las tinieblas han cegado sus ojos.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El apóstol sabe que la comunión con el Señor no se hace a través de la adhesión teórica a unas verdades abstractas sino cuando el creyente "hace la verdad", es decir, cuando pone en práctica el Evangelio. Para vivir en comunión con Dios, ante todo debemos reconocer nuestro pecado y no tener la presunción de ser justos. "Si decimos: ‘No hemos pecado’, le hacemos mentiroso y su palabra no está en nosotros". La conciencia del pecado es indispensable y es posible si cada día nos ponemos con humildad frente a la Palabra de Dios, que ayuda en este desánimo interior. El pecado, no obstante, no es una condena, sino que abre las puertas al perdón del único justo, el Cristo, muerto para expiar nuestros pecados y los de todo el mundo. Juan subraya que "conocer" a Jesús es observar sus mandamientos, vivir según su palabra y no según nosotros mismos. "Conocer", para la Biblia, no es tanto una cuestión intelectual, cuanto un modo de vivir y amar. Por eso los discípulos están llamados a comportarse como Cristo. El apóstol introduce aquí el tema del amor. La fuerza del amor nos libra de la esclavitud y del pecado. El amor es un mandamiento "antiguo", pero es la verdadera novedad que ilumina con claridad el camino de los discípulos. Quien no lo acoge, es decir, quien no ama a sus hermanos, "camina en las tinieblas, no sabe a dónde va, porque las tinieblas han cegado sus ojos". La distinción es clara: quien ama a sus hermanos está en la luz, quien los odia está en las tinieblas. Aquí Juan retoma la imagen de vivir en la luz, que en el pasaje anterior consistía en vivir en comunión con Dios y, por consiguiente, en el amor por los hermanos. Por eso Juan recuerda que el amor es la única verdadera novedad que salva al mundo de la destrucción y de la muerte.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.