ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Miércoles 10 de octubre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

1Crónicas 29,1.10-29

Dijo el rey David a toda la asamblea: "Mi hijo Salomón, el único elegido por Dios, es todavía joven y débil, y la obra es grande; pues este alcázar no es para hombre, sino para Yahveh Dios. Después bendijo David a Yahveh en presencia de toda la asamblea diciendo: "¡Bendito tú, oh Yahveh, Dios de nuestro padre Israel, desde siempre hasta siempre! Tuya, oh Yahveh, es la grandeza, la fuerza, la magnificencia, el esplendor y la majestad; pues tuyo es cuanto hay en el cielo y en la tierra. Tuyo, oh Yahveh, es el reino; tú te levantas por encima de todo. De ti proceden las riquezas y la gloria. Tú lo gobiernas todo; en tu mano están el poder y la fortaleza, y es tu mano la que todo lo engrandece y a todo da consistencia. Pues bien, oh Dios nuestro, te celebramos y alabamos tu Nombre magnífico. Pues, ¿quién soy yo y quién es mi pueblo para que podamos ofrecerle estos donativos? Porque todo viene de ti, y de tu mano te lo damos. Porque forasteros y huéspedes somos delante de ti, como todos nuestros padres; como sombras son nuestros días sobre la tierra y no hay esperanza. Yahveh, Dios nuestro, todo este grande acopio que hemos preparado para edificarte una Casa para tu santo Nombre, viene de tu mano y tuyo es todo. Bien sé, Dios mío, que tú pruebas los corazones y amas la rectitud; por eso te he ofrecido voluntariamente todo esto con rectitud de corazón, y ahora veo con regocijo que tu pueblo, que está aquí, te ofrece espontáneamente tus dones. Oh Yahveh, Dios de nuestros padres Abraham, Isaac, e Israel, conserva esto perpetuamente para formar los pensamientos en el corazón de tu pueblo, y dirige tú su corazón hacia ti. Da a mi hijo Salomón un corazón perfecto, para que guarde tus mandamientos, tus instrucciones y tus preceptos, para que todo lo ponga por obra y edifique el alcázar que yo te he preparado." Después dijo David a toda la asamblea: "¡Bendecid a Yahveh, vuestro Dios!" Y toda la asamblea bendijo a Yahveh, el Dios de sus padres, se inclinaron y se postraron ante Yahveh y ante el rey. Al día siguiente sacrificaron víctimas a Yahveh y le ofrecieron holocaustos: mil novillos, mil carneros y mil corderos, con sus libaciones y muchos sacrificios por todo Israel. Aquel día comieron y bebieron ante Yahveh con gran gozo y por segundo vez proclamaron rey a Salomón, hijo de David; le ungieron como caudillo ante Yahveh, y a Sadoq como sacerdote. Sentóse Salomón como rey sobre el trono de Yahveh en lugar de su padre David: él prosperó y todo Israel le obedeció Todos los jefes y valientes, y también todos los hijos del rey David, prestaron obediencia al rey Salomón. Y Yahveh engrandeció sobremanera a Salomón a los ojos de todo Israel, y le dio un reinado glorioso como nunca había tenido ningún rey de Israel antes de él. David, hijo de Jesé, había reinado sobre todo Israel. El tiempo que reinó sobre Israel fue de cuarenta años. En Hebrón reinó siete años y en Jerusalén 33. Murió en buena vejez, lleno de días, riqueza y gloria; y en su lugar reinó su hijo Salomón. Los hechos del rey David, de los primeros a los postreros, están escritos en la historia del vidente Samuel, en la historia del profeta Natán y en la historia del vidente Gad,

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El último capítulo se abre con un bello testimonio de David acerca de su preocupación por la construcción del templo. Es una preocupación para meditar también en nuestros días, quizá ya a partir de la atención por los lugares de culto con frecuencia desatendidos y olvidados. Sin embargo, la preocupación decisiva que esta página bíblica nos sugiere se refiere a la de la construcción del verdadero templo de Dios, es decir, las comunidades cristianas. Estas fraternidades de hombres y de mujeres que rezan, que viven fraternalmente y que ayudan a los pobres son el lugar de la tierra donde Dios ha elegido habitar. La pregunta es si verdaderamente nosotros nos preocupamos por esto. En realidad a menudo aparece un individualismo también religioso tan extendido que nos hace dudar de esta preocupación. En cambio, es necesario dar tiempo, pasión y amor para edificar este templo de Dios. Todos somos responsables de esto. La Iglesia, la comunidad no es de nadie, no es de los adeptos: pertenece a todos y todos somos responsables de ellas. David, que ve acercarse el final de sus días, crece en generosidad: no se guarda para sí sus riquezas, ni las acumula para los parientes o los familiares. Su corazón es para aquel "templo de paz". Y para su construcción dona una cantidad increíble de bienes valiosos. David sabe bien que el hijo, Salomón, ha sido elegido por Dios para esta obra de construcción. Pero sabe también que necesita la ayuda de todos. Y lo dice al pueblo entero reunido: "es todavía joven e inmaduro, y la obra es grande" (v. 1). Y en efecto, tras el ejemplo de su generosidad, muchos ofrecen sus donativos para el templo. El Cronista señala: "bendijo David a Yahvé en presencia de toda la asamblea" (vv. 9-10). Es una imagen espléndida la del anciano rey que, "lleno de consolaciones" podríamos añadir, eleva al Señor su oración de acción de gracias. Es una oración rica en religiosidad profunda. David, consciente de nuestra pequeñez y de que todo los recibimos de Dios, atribuye precisamente a Dios mismo el origen de los donativos que han sido presentados para la construcción del templo: "Pues, ¿quién soy yo y quién es mi pueblo para que podamos ofrecerte estos donativos? Porque todo viene de ti, y de tu mano te lo damos" (v. 14). Lo que cuenta es la "espontaneidad" o mejor la "gratuidad" con la que respondemos al Señor, sabiendo que todo nos viene en cualquier caso de Él. La oración de acción de gracias que dirige al Señor es un himno a la bondad de Dios que todo nos lo da: "De ti proceden las riquezas y la gloria. Tú lo gobiernas todo; en tu mano están el poder y la fortaleza, y es tu mano la que todo lo engrandece y a todo da consistencia" (v. 12). Todo lo que damos a Dios lo hemos recibido de Él. Sin embargo, al Señor no le interesa que las cosas recibidas vuelvan a Él. Lo que verdaderamente le interesa a Él es el corazón, nuestro corazón. David lo ha entendido: es la verdadera riqueza del pueblo de Israel. Por esto sigue rezando: "Oh Yahvé, Dios de nuestros padres Abrahán, Isaac e Israel, conserva esto perpetuamente para formar los pensamientos en el corazón de tu pueblo y dirige tú su corazón hacia ti" (v. 18). Con estas palabras y con la imagen de David y de todo el pueblo que se arrodilla y se postra ante Dios, termina el libro primero de las Crónicas. Y también a nosotros se nos entrega la propia convicción del Cronista de que la obra de David, su obra principal, es la oración común ante Dios como cemento para la construcción de la comunidad de los creyentes.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.