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Memoria de la Madre del Señor
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Memoria de la Madre del Señor

Oración por la unidad de las Iglesias. Recuerdo especial de las Iglesias y comunidades eclesiales (luteranas, reformadas, metodistas, baptistas y pentecostales). Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 22 de enero

Oración por la unidad de las Iglesias. Recuerdo especial de las Iglesias y comunidades eclesiales (luteranas, reformadas, metodistas, baptistas y pentecostales).


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Romanos 8,18-30

Porque estimo que los sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha de manifestar en nosotros. Pues la ansiosa espera de la creación desea vivamente la revelación de los hijos de Dios. La creación, en efecto, fue sometida a la vanidad, no espontáneamente, sino por aquel que la sometió, en la esperanza de ser liberada de la servidumbre de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Pues sabemos que la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto. Y no sólo ella; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, nosotros mismos gemimos en nuestro interior anhelando el rescate de nuestro cuerpo. Porque nuestra salvación es en esperanza; y una esperanza que se ve, no es esperanza, pues ¿cómo es posible esperar una cosa que se ve? Pero esperar lo que no vemos, es aguardar con paciencia. Y de igual manera, el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos cómo pedir para orar como conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables, y el que escruta los corazones conoce cuál es la aspiración del Espíritu, y que su intercesión a favor de los santos es según Dios. Por lo demás, sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman; de aquellos que han sido llamados según su designio. Pues a los que de antemano conoció, también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera él el primogénito entre muchos hermanos; y a los que predestinó, a ésos también los justificó; a los que justificó, a ésos también los glorificó.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Inspirándose en el relato de la creación, el apóstol Pablo recuerda que el universo entero está sometido a la «caducidad», es decir, a la necedad del pecado. «La creación, en efecto, fue sometida a la caducidad, no espontáneamente, sino por aquel que la sometió, en la esperanza de ser liberada de la esclavitud de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios.» Es como decir que la esperanza del rescate y de la redención está escrita en lo más profundo de la vida de todo hombre, al igual que en las vísceras de la misma creación. El apóstol parece instituir una estrecha relación entre el hombre, que espera su plena manifestación de hijo de Dios, y la creación. Esta última también vive en la misma espera. Pablo compara esta espera de la creación con una mujer embarazada: «Sabemos que la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto». Se trata de una espera larga que ya ha empezado en el momento de la caída. Junto a la creación también los creyentes «gimen» interiormente. En efecto, estos poseen «las primicias del Espíritu» e impulsan también la resurrección de la creación. Ante esta página del apóstol viene a la mente la salvaje destrucción del medio ambiente, del clima y de la tierra, que parece acelerarse en nuestros días. Es la urgencia de percibir al anhelo de redención que también la creación siente a su manera. En esta perspectiva podemos decir que todos esperamos que llegue «el cielo nuevo y la tierra nueva» del que habla el Apocalipsis. Pero el renacimiento de la creación pasa a través del renacimiento de los hombres. En efecto, solo a partir de hombres y mujeres nuevos podrá nacer un mundo nuevo. Con su muerte y resurrección, Jesús es el primogénito de la nueva creación. A nosotros, sus discípulos, él nos da su Espíritu que «viene en ayuda de nuestra flaqueza». Es el Espíritu el que nos sugiere la oración para que el mundo se transforme según el diseño de Dios. Por tanto, la oración se convierte en el primer y determinante medio de transformación del corazón del creyente y de la misma creación. Con la oración aceleramos la llegada del reino y la instauración de una nueva tierra y de un nuevo cielo, el cielo y la tierra del amor y de la paz. Estamos llamados a reproducir la imagen de Jesús, el Hijo, y esto significa que su resurrección no es un acontecimiento que se refiere solo a Él, sino que es una transformación total de la humanidad y del mundo que prosigue al primero en resucitar. La comunidad no camina por las vías de la historia olvidando su llamada a ser discípula santificada por el Espíritu, es más, es consciente de la fuerza del Espíritu que sostiene su carisma en la Iglesia y en el mundo.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.