ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 19 de julio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jeremías 7,16-34

En cuanto a ti, no pidas por este pueblo ni eleves por ellos plegaria ni oración, ni me insistas, porque no te oiré. ¿Es que no ves lo que ellos hacen en las ciudades de Judá y por las calles de Jerusalén? Los hijos recogen leña, los padres prenden fuego, las mujeres amasan para hacer tortas a la Reina de los Cielos, y se liba en honor de otros dioses para exasperarme. ¿A mí me exasperan ésos? - oráculo de Yahveh -, ¿no es a sí mismos, para vergüenza de sus rostros? Por tanto, así dice el Señor Yahveh: He aquí que mi ira y mi saña se vuelca sobre este lugar, sobre hombres y bestias bestias, sobre los árboles del campo y el fruto del suelo; arderá y no se apagará. Así dice Yahveh Sebaot, el Dios de Israel. Añadid vuestros holocaustos a vuestros sacrificios y comeos la carne. Que cuando yo saqué a vuestros padres del país de Egipto, no les hablé ni les mandé nada tocante a holocausto y sacrificio. Lo que les mandé fue esto otro: "Escuchad mi voz y yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo, y seguiréis todo camino que yo os mandare, para que os vaya bien." Mas ellos no escucharon ni prestaron el oído, sino que procedieron en sus consejos según la pertinacia de su mal corazón, y se pusieron de espaldas, que no de cara; desde la fecha en que salieron vuestros padres del país de Egipto hasta el día de hoy, os envié a todos mis siervos, los profetas, cada día puntualmente. Pero no me escucharon ni aplicaron el oído, sino que atiesando la cerviz hicieron peor que sus padres. Les dirás, pues, todas estas palabras, mas no te escucharán. Les llamarás y no te responderán. Entonces les dirás: Esta es la nación que no ha escuchado la voz de Yahveh su Dios, ni ha querido aprender. Ha perecido la lealtad, ha desaparecido de su boca. Córtate tus guedejas y tíralas,
y entona por los calveros una elegía;
que Yahveh ha desechado y repudiado
a la generación objeto de su cólera. Los hijos de Judá han hecho lo que me parece malo - oráculo de Yahveh -: han puesto sus Monstruos abominables en la Casa que llaman por mi Nombre profanándola, y han construido los altos de Tófet - que está en el valle de Ben Hinnom - para quemar a sus hijos e hijas en el fuego, cosa que nos les mandé ni me pasó por las mientes. Por tanto, he aquí que vienen días - oráculo de Yahveh - en que no se hablará más de Tófet, ni del valle de Ben Hinnom, sino del "valle de la Matanza". Se harán enterramientos en Tófet por falta de sitio, y los cadáveres de este pueblo servirán de comida a las aves del cielo y a las bestias de la tierra, sin que haya quien las espante. Suspenderé en las ciudades de Judá y en las calles de Jerusalén toda voz de gozo y alegría, la voz del novio y la voz de la novia; porque toda la tierra quedará desolada.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

La Palabra de Dios se endurece con el pueblo de Israel. Llega incluso a invitar a Jeremías a no interceder más en su favor: «No pidas por este pueblo ni eleves por ellos plegaria ni oración, ni me insistas, porque no te oiré». ¿Por qué tanta dureza? ¿Acaso la tarea del profeta no es precisamente interceder ante Dios, invocar su misericordia y su perdón ante el pecado de Israel? La acusación de Dios hace referencia ante todo a la idolatría y al culto a otros dioses. «La Reina de los Cielos», los otros dioses, los ídolos, los altos de Tófet de los que habla el profeta, son la expresión de este abandono del Señor. Pero ¿de dónde viene este abandono? A través del profeta Dios recuerda a su pueblo todo lo que ha hecho desde la liberación de la esclavitud de Egipto: «Lo que les mandé fue esto otro: “Escuchad mi voz, y yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo, e iréis por donde yo os mande, para que os vaya bien”. Mas ellos no escucharon ni aplicaron oído, sino que se guiaron por la pertinacia de su mal corazón, volviéndose de espaldas, que no de cara». Escuchar es el origen de la vida de fe, como afirma claramente también el apóstol Pablo: «La fe viene de la predicación» (Rm 10,17). Es una invitación constante de la Biblia, que los profetas repiten casi como si quisieran llevarnos cada vez al origen de nuestro ser como creyentes en el Dios de Jesucristo, aquel Dios que libra y hace felices a las mujeres y los hombres que escuchan fielmente su palabra. Aquí está la raíz del pecado, que no consiste solo en un número de faltas más o menos graves, que reconocemos fácilmente, sino en la decisión de escuchar y seguirse a uno mismo en lugar de seguir al Señor. De esta desobediencia nace y se desarrolla el pecado. El profeta reinterpreta la historia de Israel a la luz de la gran premura de Dios, que «envió a todos sus siervos», los profetas, pero que no fueron escuchados. Toda la historia se lee a la luz de la Palabra de Dios, a la que hay que amar y escuchar para ser feliz. Tal vez parezca excesivo para un mundo acostumbrado a otra felicidad, a no creer que la verdadera alegría viene de escuchar la Palabra de Dios. Eso es lo que todos podemos experimentar cuando no nos escuchamos a nosotros mismos y nos confiamos abiertamente al Señor que nos habla. Demos gracias al Señor que nunca deja de darnos el pan de su palabra, que sacia nuestra hambre de amor y de felicidad.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.