ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 27 de septiembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jeremías 40,1-6

Palabra dirigida a Jeremías de parte de Yahveh, luego que Nebuzaradán, jefe de la guardia, le dejó libre en Ramá, cuando le tomó aparte, estando él esposado con todos los deportados de Jerusalén y Judá que iban camino de Babilonia. En efecto, el jefe de la guardia tomó aparte a Jeremías y le dijo: "Tu Dios Yahveh había predicho esta desgracia a este lugar, y lo ha cumplido. Yahveh ha hecho conforme había predicho. Y esto os ha sucedido porque pecasteis contra Yahveh y no oísteis su voz. Ahora bien, desde hoy te suelto las esposas de tus muñecas. Si te parece bien venirte conmigo a Babilonia, vente, y yo miraré por ti. Pero si te parece mal venirte conmigo a Babilonia, déjalo. Mira, tienes toda la tierra por delante; adonde mejor y más cómodo te parezca ir, vete." Aún no había dado media vuelta cuando le dijo: "Vuelve adonde Godolías, hijo de Ajicam, hijo de Safán, a quien el rey de Babilonia ha encargado de las ciudades de Judá, y quédate a vivir con él entre esta gente. En suma, vete adonde mejor te acomode." Luego el jefe de la guardia le proporcionó algunos víveres y ayuda de costa y le despidió. Jeremías, por su parte, vino al lado de Godolías, hijo de Ajicam, a Mispá, y se quedó a vivir con él entre la población que había quedado en el país.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Los capítulos 39-45 narran las vicisitudes del pequeño pueblo de Judá que había sobrevivido a la conquista de Jerusalén por parte de los babilonios. Se ve claramente que el profeta no es ajeno a la suerte de su pueblo, y no renuncia a anunciar la palabra de Dios en aquellos tiempos difíciles. Lo habían apresado junto a otros, pero la palabra de Dios no puede ser encadenada. Es curioso que fuera el jefe de la guardia de los babilonios el que liberara a Jeremías y lo enviara ante el rey, que había sido constituido sobre Judá tras la conquista de Jerusalén. Siempre la palabra de Dios ayuda a entender y a orientar la historia, pero sobre todo en los tiempos difíciles la necesitamos como pan para alimentar nuestro espíritu para no perdernos tras nosotros mismos. La palabra de Dios es tan fuerte e imprevisible que incluso el texto profético pone en boca del jefe de los guardias, un extranjero, palabras que Jeremías había pronunciado otras veces: «Tu Dios había predicho esta desgracia a este lugar, y lo ha cumplido. El Señor ha hecho conforme había predicho. Y esto os ha sucedido porque pecasteis contra el Señor y no oísteis su voz». Nadie puede impedir que el Señor haga llegar su palabra a los hombres: ni las cadenas, ni los opositores, ni las guerras, ni las dificultades, ni siquiera la negación a escuchar. Dios encontrará la manera y a los hombres para continuar hablando al mundo. El rey de babilonia entiende la sabiduría de las palabras que Jeremías había dirigido en varias ocasiones a su pueblo, invitándolo a no tener miedo de los babilonios, a someterse a él y a no huir. Al igual que en otras ocasiones, se está preparando una nueva violencia, fomentada por grupos rivales, que no aceptan continuar viviendo la fe en su Dios en una situación nueva de no plena independencia. ¡Cuántos cristianos viven su fe en situaciones difíciles, a veces de persecución o de grandes privaciones! Y aun así Dios no abandona jamás a sus fieles, del mismo modo que no abandonó a Jeremías en el tiempo de la necesidad.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.