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Recuerdo de san José obrero y fiesta del trabajo. Leer más

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Jueves 1 de mayo

Recuerdo de san José obrero y fiesta del trabajo.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 3,31-36

El que viene de arriba
está por encima de todos:
el que es de la tierra,
es de la tierra y habla de la tierra.
El que viene del cielo, da testimonio de lo que ha visto y oído,
y su testimonio nadie lo acepta. El que acepta su testimonio
certifica que Dios es veraz. Porque aquel a quien Dios ha enviado habla las palabras de Dios,
porque da el Espíritu sin medida. El Padre ama al Hijo
y ha puesto todo en su mano. El que cree en el Hijo tiene vida eterna;
el que rehúsa creer en el Hijo, no verá la vida,
sino que la cólera de Dios permanece sobre él.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El pasaje evangélico vuelve a proponer la centralidad de la fe en Jesús para el creyente. De aquí la invitación a levantar la mirada de las cosas de la tierra, de las costumbres inveteradas, de las convicciones que damos por descontadas, incluso religiosas, para poder contemplar a Jesús. Nosotros recibimos hoy dicha invitación, y la necesitamos. ¡Cuántas veces, de hecho, nos apoltronamos en una vida banal y perezosa y nos resignamos a un mundo sin un futuro de esperanza para sí y para los demás! El evangelista nos lleva a dirigir la mirada a Jesús: él "viene de arriba, del cielo" y "está por encima de todos" Jesús es la esperanza verdadera para nosotros y para el mundo. Él descendió del cielo para estar junto a nosotros y comunicarnos la vida que vive de manera única con el Padre del cielo, "Él, es quizás el Bautista que habla a sus seguidores, da testimonio de lo que ha visto y oído." Jesús vino al mundo para revelar el misterio mismo de Dios, que de otra manera habría permanecido impenetrable. Por lo tanto, él no vino para afirmarse a sí mismo ni para instalar proyectos personales que perseguir, como nos suele ocurrir a cada uno de nosotros. Jesús bajó del cielo para comunicar a los hombres "las palabras de Dios" y dar "el Espíritu sin medida". Es de esta convicción de donde surge la veneración y la devoción que debemos tener por las Sagradas Escrituras: estas contienen "las palabras de Dios". Todos los días se nos llama a escucharlas y meditarlas hasta hacerlas nuestras. La Biblia no es un libro cualquiera para nosotros, sino el cofre que contiene el pensamiento de Dios. Por esto tenemos que abrirlo, saborearlo página tras página dejándonos guiar por el "Espíritu", que se nos ha dado "sin medida" también para esto. No es posible entender el significado profundo de las Sagradas Escrituras sin la ayuda del Espíritu. Se nos ha concedido de forma abundante, precisamente, "sin medida" para que nos dejemos conducir en la escucha y la interpretación de las Sagradas Escrituras. Más allá del significado literal de las palabras bíblicas, hay uno más profundo, espiritual, que nos ayuda a unir las palabras de la Biblia y lo que estamos viviendo. El entrelazamiento entre la Biblia y la historia, entre las palabras bíblicas que escuchamos y nuestra vida en la existencia concreta es obra del Espíritu. Por esto la escucha de las Sagradas Escrituras se hace en un clima de oración: necesitamos el Espíritu de Dios para entender la Palabra de Dios. Por esto la escucha continuada de las Sagradas Escrituras, en un clima de oración, obligará a nuestros corazones a cambiar, a convertirse en instrumentos en las manos de Dios para hacer que este mundo nuestro sea más rociado por el amor del Señor. El evangelista escribe: "El Padre ama al Hijo y ha puesto todo en su mano". Es la fuerza para cambiar el mundo, vencer el mal y hacer crecer el bien, que el Señor vivió en primer lugar, y que concede también a los que creen en él.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.