ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 15 de julio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 11,20-24

Entonces se puso a maldecir a las ciudades en las que se habían realizado la mayoría de sus milagros, porque no se habían convertido: «¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que se han hecho en vosotras, tiempo ha que en sayal y ceniza se habrían convertido. Por eso os digo que el día del Juicio habrá menos rigor para Tiro y Sidón que para vosotras. Y tú, Cafarnaúm, ¿hasta el cielo te vas a encumbrar? ¡Hasta el Hades te hundirás! Porque si en Sodoma se hubieran hecho los milagros que se han hecho en ti, aún subsistiría el día de hoy. Por eso os digo que el día del Juicio habrá menos rigor para la tierra de Sodoma que para ti.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Sorprende el amor apasionado de Jesús, que se convierte en reproche por su dureza. Nosotros, seguidores del ídolo del individualismo, estamos convencidos de que no hay que decir nada a nadie y de que reprender significa interferir. En realidad, somos perezosos, estamos llenos de prejuicios y no queremos asumir la responsabilidad de ayudar a quien está en pecado. Jesús ama y por eso ayuda a cada uno a ver su pecado. Reprende a su generación porque rechazó la predicación del Bautista y estaba haciendo lo mismo con la suya. Aquella generación manifestaba así que se negaba a acoger el diseño salvador que presentaba el Bautista. Y ahora rechazaban también el mensaje que Jesús había venido a traer. Así las cosas, Jesús se dirige a dos ciudades de Galilea que están cerca de Cafarnaún y las apostrofa duramente: "¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida!". Les reprocha que hayan rechazado la predicación de Jesús a pesar de los numerosos milagros que ha hecho entre sus habitantes. No se trata simplemente de la acusación por una vida desviada, como por ejemplo fue el caso de Sodoma y Gomorra, sino del empecinamiento de los habitantes de las dos ciudades por no acoger el Evangelio en su corazón y por no convertirse. Jesús recuerda dos antiguas ciudades paganas, Tiro y Sidón, que sin duda habrían hecho penitencia y ayuno si hubieran asistido a los milagros hechos en Corazín y Betsaida. Es un grito de desánimo de Jesús, que ve cómo caen en saco roto años de predicación y de acción cariñosa con todos. La falta de acogida también es un misterio. Y es un misterio que va de la mano de la dureza del corazón por escuchar y acoger todo lo que viene de más allá de uno mismo. La autosuficiencia y el orgullo llevan inexorablemente a cerrar el corazón y la mente. De ahí el severísimo juicio de Jesús sobre las dos ciudades. Y luego Jesús apostrofa también Cafarnaún, donde había puesto su lugar de residencia junto a los discípulos. También es durísimo con Cafarnaún: "¡Hasta el Hades te hundirás!". Jesús parece que no se refiere solo a los habitantes, sino a la ciudad misma. Efectivamente, hay un vínculo entre los habitantes y la ciudad en la que viven. Podríamos decir que la vida asociada es el resultado de la calidad de la vida de sus habitantes. Si hay desinterés por la vida asociada y cada uno piensa solo en sus cosas, la ciudad se autodestruye. El infierno empieza así, a partir del egocentrismo de los corazones. Los cristianos tienen una responsabilidad hacia la ciudad en la que viven. Deben ser el alma de la ciudad para ayudar a los hombres y las mujeres que en ella habitan a vivir en paz y en armonía.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.