ORACIÓN CADA DÍA

Oración por los enfermos
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración por los enfermos
Lunes 6 de abril

Lunes del Ángel


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 28,8-15

Ellas partieron a toda prisa del sepulcro, con miedo y gran gozo, y corrieron a dar la noticia a sus discípulos. En esto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: «¡Dios os guarde!» Y ellas, acercándose, se asieron de sus pies y le adoraron. Entonces les dice Jesús: «No temáis. Id, avisad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán.» Mientras ellas iban, algunos de la guardia fueron a la ciudad a contar a los sumos sacerdotes todo lo que había pasado. Estos, reunidos con los ancianos, celebraron consejo y dieron una buena suma de dinero a los soldados, advirtiéndoles: «Decid: "Sus discípulos vinieron de noche y le robaron mientras nosotros dormíamos." Y si la cosa llega a oídos del procurador, nosotros le convenceremos y os evitaremos complicaciones.» Ellos tomaron el dinero y procedieron según las instrucciones recibidas. Y se corrió esa versión entre los judíos, hasta el día de hoy.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

La Iglesia, como si no nos quisiera hacer salir de la Pascua, nos hace permanecer dentro del día de la resurrección. Las mujeres acaban de recibir el anuncio de la resurrección de Jesús por parte del ángel que les invita a ir enseguida junto a los discípulos; y ellas “partieron a toda prisa del sepulcro, con miedo y gran gozo, y corrieron a dar la noticia a sus discípulos” (v.8). Mientras ellas corren hacia la casa donde se encontraban los discípulos, Jesús sale a su encuentro y les habla casi con las mismas palabras del ángel: “No temáis. Id, avisad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán”. El Maestro quiere que el Evangelio de la resurrección sea anunciado a los discípulos que llama “sus hermanos”, como para querer subrayar el deseo de nueva familiaridad. Es una invitación que sirve para todos los discípulos para que, a partir de la resurrección, experimenten una fraternidad renovada, como fue al comienzo en Galilea. La Pascua debe representar un nuevo renacimiento para todos los discípulos. Sin embargo, no faltan quienes quisieran bloquear la Pascua y su fuerza de cambio para que todo siga como siempre. El evangelista narra que los sumos sacerdotes, asustados por el relato de los soldados, les corrompen con el dinero y les convencen para que mientan: el cuerpo de Jesús ha sido robado por los discípulos mientras ellos dormían. El Evangelio presenta dos testimonios opuestos: el de dos pobres mujeres contra el de los soldados, mucho más creíble a los ojos de las autoridades. El mundo, es decir los que habían eliminado a Jesús y su Evangelio, quiere las tumbas cerradas y se sirve de la mentira y de la corrupción para que no se difunda la noticia de que él ha resucitado. El príncipe del mal está dispuesto a todo para que no se difunda el Evangelio liberador de la victoria de la vida sobre la muerte, de la fuerza irresistible del amor por los demás. Desde aquella primera Pascua, quien anuncie esta noticia podrá ser llevado ante reyes y jueces para ser condenado, y por desgracia hoy son tantos los cristianos que sufren por la pascua. Este es el sentido de los atentados que a veces golpean a los cristianos que se reúnen en la celebración del Domingo. Es esa cultura de muerte que sigue emergiendo de cualquier forma y que golpea a los cristianos en su corazón, el de la Pascua. Desde esta cultura de muerte se refuerza el desprecio por toda vida. La cultura de la muerte droga a los vivos, les embrutece, les apaga, para que sean esclavos y justifica el comercio de la muerte: se oculta el alimento a los hambrientos, se ofrece la droga a los resignados, se venden las armas a los airados. Y se muere, se muere en muchos países y de muchos modos creyendo que esto sucede por motivos diferentes pero el diseño es el mismo, es el diseño de la cultura de muerte que quiere que los hombres, desde que son jóvenes, sean estúpidos y egoístas. La intimidación y la corrupción quieren hacer callar al Evangelio de la vida: no han conseguido hacer callar al Señor Jesús y le han matado. Quieren hacer callar también a sus discípulos. ¡No tengamos miedo! El Evangelio de Pascua nos muestra que bastan dos pobres mujeres, obedientes en todo al Evangelio, para vencer las intrigas de los sumos sacerdotes y para hacer correr en la historia el dinamismo de amor de la resurrección de Jesús.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.