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Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias

Memoria de Jesús crucificado

Recuerdo del patriarca Abraham. En la fe partió hacia una tierra que no conocía, una tierra que Dios le había prometido. Por esta fe es llamado padre de los creyentes, hebreos, cristianos y musulmanes. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 9 de octubre

Recuerdo del patriarca Abraham. En la fe partió hacia una tierra que no conocía, una tierra que Dios le había prometido. Por esta fe es llamado padre de los creyentes, hebreos, cristianos y musulmanes.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Joel 1,13-15; 2,1-2

¡Ceñíos y plañid, sacerdotes,
gemid, ministros del altar;
venid, pasad la noche en sayal,
ministros de mi Dios,
porque a la Casa de vuestro Dios se le ha negado
oblación y libación! Promulgad un ayuno,
llamad a concejo,
reuníos, ancianos,
y vosotros todos, habitantes de la tierra,
en la Casa de Yahveh, vuestro Dios,
y clamad a Yahveh: ¡Ay, el Día,
que está cerca el Día de Yahveh,
ya llega como devastación de Sadday! ¡Tocad el cuerno en Sión,
clamad en mi monte santo!
¡Tiemblen todos los habitantes del país,
porque llega el Día de Yahveh,
porque está cerca! ¡Día de tinieblas y de oscuridad,
día de nublado y densa niebla!
Como la aurora sobre los montes se despliega
un pueblo numeroso y fuerte,
como jamás hubo otro,
ni lo habrá después de él
en años de generación en generación.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El profeta Joel vive en un momento difícil a causa de la guerra o de desastres naturales como la sequía y la carestía. En el pasaje que hemos escuchado se alude probablemente a una terrible invasión de langostas que lo habían asolado todo. Esta devastación se lee como una anticipación del tremendo juicio del fin de los tiempos. El profeta renueva la invitación a convertirse a una asamblea extraordinaria de penitencia convocando a "todos los habitantes del país" (v. 14). La palabra profética resuena con fuerza para que el pueblo de Israel no siga el instinto de resignarse y de cerrarse en sí mismo. Todos están llamados a reunirse en la casa de Dios y a rezar con fe insistente. El ayuno acompaña a la oración. Se podría decir que la oración en los momentos difíciles es en sí misma un ayuno, es decir, reconocer el pecado y la situación de miseria y de debilidad. No son nuestras fuerzas humanas lo que nos da la libertad. Solo Dios puede dar la salvación. Ante el mal de nuestro mundo, los creyentes tienen el arma eficaz de la oración, que es el grito del pobre a Dios para que lo salve. Si somos conscientes de nuestra debilidad (y ese es el sentido del ayuno), también seremos conscientes de la fuerza que nos ha dado Dios en la oración, una fuerza que cambia y reconcilia. Jesús lo repitió insistentemente a los discípulos: "Esta clase de demonios solo se la expulsa con la oración y el ayuno" (Mt 17,21). Y más adelante: “Si dos de vosotros os ponéis de acuerdo en la tierra para pedir algo, sea lo que fuere, lo conseguiréis de mi Padre que está en los cielos” (Mt 18,19). La oración es la primera obra de la comunidad.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.