ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 10 de mayo


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hechos de los Apóstoles 20,17-27

Desde Mileto envió a llamar a los presbíteros de la Iglesia de Éfeso. Cuando llegaron donde él, les dijo: «Vosotros sabéis cómo me comporté siempre con vosotros, desde el primer día que entré en Asia, sirviendo al Señor con toda humildad y lágrimas y con las pruebas que me vinieron por las asechanzas de los judíos; cómo no me acobardé cuando en algo podía seros útil; os predicaba y enseñaba en público y por las casas, dando testimonio tanto a judíos como a griegos para que se convirtieran a Dios y creyeran en nuestro Señor Jesús. «Mirad que ahora yo, encadenado en el espíritu, me dirijo a Jerusalén, sin saber lo que allí me sucederá; solamente sé que en cada ciudad el Espíritu Santo me testifica que me aguardan prisiones y tribulaciones. Pero yo no considero mi vida digna de estima, con tal que termine mi carrera y cumpla el ministerio que he recibido del Señor Jesús, de dar testimonio del Evangelio de la gracia de Dios. «Y ahora yo sé que ya no volveréis a ver mi rostro ninguno de vosotros, entre quienes pasé predicando el Reino. Por esto os testifico en el día de hoy que yo estoy limpio de la sangre de todos, pues no me acobardé de anunciaros todo el designio de Dios.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Tras haber desembarcado en Mileto, el apóstol envía a llamar a los presbíteros de la comunidad de Éfeso para que lleguen adonde él. El apóstol comienza su discurso de adiós a aquellos que serán los responsables de la comunidad con el testimonio de su propia vida: "Vosotros sabéis cómo me comporté siempre con vosotros". El apóstol es consciente de que los "pastores" deben ser "los modelos del rebaño". Pedro lo escribirá en su primera Carta: "Apacentad la grey de Dios que os está encomendada, vigilando, no forzados, sino voluntariamente, según Dios; no por mezquino afán de ganancia, sino de corazón; no tiranizando a los que os ha tocado cuidar, sino siendo modelos de la grey" (1 Pt 5,2-4). Pablo no se refiere a su comportamiento hacia los presbíteros sino a cómo él mismo vivió durante los tres años de ministerio en Éfeso. No lo hace por orgullo ni por protagonismo, sino para mostrar un modelo concreto de pastor; y no parte diciendo lo que el pastor debe "hacer", sino cómo debe "ser"; y sintetiza el ser del pastor en una sola palabra: "siervo". Dice a los ancianos: "Vosotros sabéis cómo me comporté siempre con vosotros... sirviendo al Señor con toda humildad y lágrimas y con las pruebas que me vinieron". Por tanto, Pablo concibe su ministerio como "servicio al Señor". No pretende referirse a gestos particulares que el pastor debe cumplir, sino a su modo de vivir: toda la vida del siervo debe dedicarse por entero al dueño. Así, por lo demás vivió Jesús que gastó toda su vida por todos; y se presentó como "manso y humilde de corazón"(Mt 11,29). Así nos ha indicado el camino, incluso el de la comunicación del Evangelio. En efecto, la mansedumbre abre los corazones y los dispone a la escucha del Evangelio y al encuentro con Dios. En un evangelio apócrifo Jesús dice: "Yo vine en medio de vosotros no como quien está recostado sino como quien sirve y vosotros habéis crecido en mi servicio como aquel que sirve". Pablo les confía que irá a Jerusalén no por capricho suyo sino porque es "empujado por el Espíritu". No sabe qué le sucederá, pero es consciente de que el servicio al Señor comporta enfrentamientos y pruebas: habla de "tribulación" y alude asimismo a la muerte. El "martirio" es esencial para el Evangelio. Albert Schweitzer, el conocido biblista protestante del siglo pasado que fue a vivir a África a una leprosería, escribía: "Debemos volver a ser capaces de sentir aún en nosotros lo que hay de heroico en Jesús... Solo entonces nuestro cristianismo y nuestra concepción del mundo volverán a encontrar lo heroico y serán vivificados". Ser "mártir", decía Mons. Romero, significa "dar la propia vida" por el Señor y por los demás, no importa si con la sangre o de otro modo. Lo que cuenta es gastarse totalmente para que el Evangelio sea comunicado.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.