ORACIÓN CADA DÍA

Oración del tiempo de Navidad
Palabra de dios todos los dias

Oración del tiempo de Navidad

Recuerdo del santo profeta David. Se le atribuyen algunos salmos. Desde hace siglos, los salmos nutren la oración de los judíos y de los cristianos. Recuerdo de san Tomás Becket (+1170), defensor de la justicia y de la dignidad de la Iglesia.
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Libretto DEL GIORNO
Oración del tiempo de Navidad
Jueves 29 de diciembre

Recuerdo del santo profeta David. Se le atribuyen algunos salmos. Desde hace siglos, los salmos nutren la oración de los judíos y de los cristianos. Recuerdo de san Tomás Becket (+1170), defensor de la justicia y de la dignidad de la Iglesia.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Gloria a Dios en las alturas, y paz en la tierra
a los hombres de buena voluntad.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Salmo 95 (96), 1-3.6

1 ¡Cantad al Señor un nuevo canto,
  canta al Señor, tierra entera,

2 cantad al Señor, bendecid su nombre!
  Anunciad su salvación día a día,

3 contad su gloria a las naciones,
  sus maravillas a todos los pueblos.

6 Gloria y majestad están ante él,
  poder y esplendor en su santuario.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Aleluya, aleluya, aleluya.
Aleluya, aleluya, aleluya.
Aleluya, aleluya, aleluya.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hoy recordamos al profeta David que ha alimentado la oración de una multitud innumerable de judíos y cristianos con sus salmos. El salmo 95 que la liturgia nos hace cantar hoy se encuentra entre los atribuidos a él. Y en la tradición judía ha formado parte de la solemne liturgia del Sábado. El salmo canta la señoría de Dios sobre el universo: el cielo, la tierra, el mar, los campos, los árboles del bosque, las familias de los pueblos, todos están invitados a cantar las alabanzas al Señor. En el transcurso del salmo, tres veces se repite la invitación: “¡Cantad!”. El mundo entero está llamado a alegrarse ante la noticia de que Dios viene a “gobernar” y a “juzgar” la tierra. En este tiempo de Navidad estas palabras del salmo nos invitan a contemplar al Señor del cielo y de la tierra que se ha hecho Niño: Él es el Salvador enviado por el Padre para liberar al mundo del pecado y de la muerte. El Evangelio de la Navidad es Dios que se hace pequeño para estar a nuestro lado. Es un Evangelio lleno de ternura y de fuerza a la vez: ha nacido un Niño, no un adulto poderoso o un intrépido guerrero, sin embargo este Niño cambia la historia del mundo. Desde este nacimiento nada es ya como antes en el mundo, nada está perdido para siempre, nada está abandonado a las fuerzas del mal para siempre. ¡Ha nacido el Salvador! Por esto el salmo, junto toda la liturgia, nos invita a “anunciar” y “contar” en medio de los pueblos que “El Señor es rey” (v.10). Y al inicio las palabras del salmista nos exhortan a no detenernos en el anuncio de un momento. Es necesario no cesar nunca de comunicar la buena noticia de la salvación de Dios: “Anunciad su salvación día a día, contad su gloria a las naciones” (vv. 2-3). En efecto, la Navidad es para el mundo, es para todos los pueblos. Hoy se necesita que el mundo renazca a una vida nueva. Y el renacimiento comienza desde el corazón, desde el corazón de todo creyente. Decía el místico cristiano, Silesius: “Aunque Cristo naciera mil veces en Belén, si no lo hace en tu corazón, estarías perdido para siempre”. La gruta de Belén es el santuario habitado por Dios. A esa gruta se pueden aplicar las palabras del salmo: “Gloria y majestad están ante él, poder y esplendor en su santuario” (v. 6). ¡Dichosos nosotros si imitamos a esos pastores y aquellos magos que dejan sus costumbres y se encaminan hacia aquel niño y lo acogemos en nuestro corazón!

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.