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Memoria de los santos y de los profetas
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Memoria de los santos y de los profetas

Recuerdo de san Juan Crisóstomo («boca de oro»), obispo y doctor de la Iglesia (+407). La liturgia más habitual de la Iglesia bizantina lleva su nombre.
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Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 13 de septiembre

Recuerdo de san Juan Crisóstomo («boca de oro»), obispo y doctor de la Iglesia (+407). La liturgia más habitual de la Iglesia bizantina lleva su nombre.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hechos de los Apóstoles 9,26-30

Llegó a Jerusalén e intentaba juntarse con los discípulos; pero todos le tenían miedo, no creyendo que fuese discípulo. Entonces Bernabé le tomó y le presentó a los apóstoles y les contó cómo había visto al Señor en el camino y que le había hablado y cómo había predicado con valentía en Damasco en el nombre de Jesús. Andaba con ellos por Jerusalén, predicando valientemente en el nombre del Señor. Hablaba también y discutía con los helenistas; pero éstos intentaban matarle. Los hermanos, al saberlo, le llevaron a Cesarea y le hicieron marchar a Tarso.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Pablo va a Jerusalén. Vuelve de manera muy distinta respecto de como había salido. Esta vez quiere conocer a la comunidad madre, con los apóstoles y los demás discípulos. Después de lo que le había pasado con los judíos en Damasco sabía que corría muchos riesgos, pero decidió afrontarlos. Por otra parte, el apóstol comprendió que la comunión con los hermanos, especialmente con los Doce, era indispensable para ser discípulo de Jesús. No se puede ser cristiano de manera aislada e independiente. El Señor no salva a los hombres individualmente, sino uniéndolos en una comunidad, en un pueblo. Por eso, Pablo, aun habiendo visto personalmente al Resucitado en el camino a Damasco, tenía que estar en comunión con la comunidad madre de Jerusalén. Y Pablo –sugiere Lucas– vio varias veces a los otros apóstoles y les explicó la visión que tuvo de Jesús y su consiguiente conversión. Se trataba de legitimar la misión que Pablo iba a emprender. Evidentemente no era un asunto de índole burocrática, sino de auténtica comunión. En este encuentro podemos apreciar que en la vida de la Iglesia, ya desde su origen, convivían la dimensión carismática y la institucional. Al principio Pablo es tratado con gran desconfianza en Jerusalén. A veces pasa algo similar con las comunidades cristianas cuando se encuentran frente a nuevas experiencias eclesiales. Pero hay que superar las incomprensiones en vista de una misión más ajustada a la inspiración del Espíritu. En ese contexto hay que interpretar la ayuda de Bernabé, que facilita el encuentro de Pablo con los demás apóstoles. Más adelante, Lucas hará explicar a Pablo que durante una visita al templo, mientras estaba orando, vio en éxtasis al Señor y este le encomendó que acabara su predicación en Jerusalén y que fuera a anunciar el Evangelio a los pueblos paganos. Sea como sea, una cosa es cierta: Pablo, también en Jerusalén, empieza a predicar el Evangelio entre los helenistas. La predicación del Evangelio es realmente su vida. Una vez más, los helenistas intentan asesinarlo. Y entonces Pablo tiene que abandonar Jerusalén. Pero un plan misterioso ideado por el Señor hace que lleve el Evangelio a los gentiles. Por otra parte, también Pablo, al igual que los otros apóstoles, no recibe el llamamiento de ir donde él quería, sino donde otro lo envió. El Señor le abrió un vasto horizonte, universal, sin límites.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.