ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 19 de septiembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hechos de los Apóstoles 10,9-23

Al día siguiente, mientras ellos iban de camino y se acercaban a la ciudad, subió Pedro al terrado, sobre la hora sexta, para hacer oración. Sintió hambre y quiso comer. Mientras se lo preparaban le sobrevino un éxtasis, y vio los cielos abiertos y que bajaba hacia la tierra una cosa así como un gran lienzo, atado por las cuatro puntas. Dentro de él había toda suerte de cuadrúpedos, reptiles de la tierra y aves del cielo. Y una voz le dijo: «Levántate, Pedro, sacrifica y come.» Pedro contestó: «De ninguna manera, Señor; jamás he comido nada profano e impuro.» La voz le dijo por segunda vez: «Lo que Dios ha purificado no lo llames tú profano.» Esto se repitió tres veces, e inmediatamente la cosa aquella fue elevada hacia el cielo. Estaba Pedro perplejo pensando qué podría significar la visión que había visto, cuando los hombres enviados por Cornelio, después de preguntar por la casa de Simón, se presentaron en la puerta; llamaron y preguntaron si se hospedaba allí Simón, llamado Pedro. Estando Pedro pensando en la visión, le dijo el Espíritu: «Ahí tienes unos hombres que te buscan. Baja, pues, al momento y vete con ellos sin vacilar, pues yo los he enviado.» Pedro bajó donde ellos y les dijo: «Yo soy el que buscáis; ¿por qué motivo habéis venido?» Ellos respondieron: «El centurión Cornelio, hombre justo y temeroso de Dios, reconocido como tal por el testimonio de toda la nación judía, ha recibido de un ángel santo el aviso de hacerte venir a su casa y de escuchar lo que tú digas.» Entonces les invitó a entrar y les dio hospedaje. Al día siguiente se levantó y se fue con ellos; le acompañaron algunos hermanos de Joppe.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Al día siguiente Pedro, mientras está orando, tiene una visión. La oración nos sumerge siempre en una visión, es siempre un éxtasis, es decir, salir de uno mismo para dejarse empapar por el pensamiento de Dios, por su palabra, por su enseñanza, por su misericordia. La visión que se abre ante los ojos del apóstol es muy concreta y hace referencia a las comidas puras e impuras. El apóstol, como piadoso judío que era, se resiste ante el Señor que le dice que tome alimentos impuros. No es la resistencia del pasado, la del orgullo y el miedo que lo llevó a la traición. Podríamos decir que es la resistencia del observante al que le cuesta entender la profundidad del corazón de Dios y que queda atrapado por sus tradiciones, por más que sean religiosas. Pedro queda encerrado en su horizonte y quiere defenderlo. Pero el Señor interviene una vez más. Es un momento decisivo para la vida de la Iglesia. Probablemente es el cambio más importante de su historia. Pedro, el primero de los apóstoles, representa en este momento a la Iglesia entera, a la comunidad cristiana entera. El autor de los Hechos destaca que el apóstol se sentía turbado por la visión y lo describe reflexionando sobre esta, como si quisiera sugerir que es necesario que meditemos sobre las enseñanzas que recibimos. El mismo Espíritu de Dios ilumina al apóstol, hace que reciba a los enviados del centurión y que los siga. El camino de Pedro desde Jope hasta Cesarea es emblemático del camino de toda comunidad cristiana: el Señor hace que cada comunidad cristiana salga de ella misma y emprenda la misión hacia aquellos que todavía no han recibido el Evangelio. Se abren ante nosotros las inmensas periferias del mundo que, como la casa de Cornelio, espera la predicación del Evangelio. El Señor ya está en aquel lugar. Espera que nosotros lleguemos. No podemos tardar.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.