ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los pobres
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres
Lunes 30 de octubre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hechos de los Apóstoles 20,17-21

Desde Mileto envió a llamar a los presbíteros de la Iglesia de Éfeso. Cuando llegaron donde él, les dijo: «Vosotros sabéis cómo me comporté siempre con vosotros, desde el primer día que entré en Asia, sirviendo al Señor con toda humildad y lágrimas y con las pruebas que me vinieron por las asechanzas de los judíos; cómo no me acobardé cuando en algo podía seros útil; os predicaba y enseñaba en público y por las casas, dando testimonio tanto a judíos como a griegos para que se convirtieran a Dios y creyeran en nuestro Señor Jesús.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Tras desembarcar, el apóstol hace llamar a los presbíteros de la comunidad de Éfeso para que se reúnan con él en Mileto. Pablo empieza su discurso de despedida a los que serán los responsables de la comunidad con el testimonio de su misma vida: «Sabéis bien cómo me he comportado siempre con vosotros». El apóstol es consciente de que los «pastores» deben ser los «modelos de la grey». Pedro lo escribirá en su primera carta: «Apacentad la grey de Dios que os está encomendada, vigilando, no forzados, sino voluntariamente, según Dios. Y no lo hagáis por mezquino afán de ganancia, sino de corazón; no tiranizando a los que os ha tocado cuidar, sino siendo modelos de la grey» (1P 5,2). Pablo no se refiere a su comportamiento con los presbíteros, sino a cómo ha vivido él mismo en los tres años de ministerio en Éfeso. No lo hace por orgullo o por protagonismo, sino más bien para mostrar un modelo concreto de pastor. Y no empieza diciendo lo que debe «hacer» el pastor, sino cómo debe «ser». Y sintetiza el modo de ser del pastor en una sola palabra: «siervo». Dice a los ancianos: «Sabéis bien cómo me he comportado siempre con vosotros... sirviendo al Señor con toda humildad y lágrimas, y aceptando las pruebas». Pablo entiende, pues, su ministerio como «servicio al Señor». No quiere referirse a gestos concretos que debe tener el pastor, sino a su manera de vivir: toda la vida del siervo debe estar dedicada enteramente al señor. Así, de hecho, es como vivió Jesús, que gastó toda su vida por todos. Y se presentó como «manso y humilde de corazón» (Mt 11,29). De ese modo nos enseñó a nosotros el camino para comunicar el Evangelio. La mansedumbre abre el corazón y los prepara para escuchar el Evangelio y para encontrarse con Dios. En un apócrifo Jesús dice: «Yo vine entre vosotros no como quien está echado, sino como el que sirve, y vosotros habéis crecido en mi servicio como el que sirve». Pablo más adelante le escribirá a Timoteo: «A un siervo del Señor no le conviene altercar, sino ser amable con todos, pronto a enseñar, sufrido; que sepa corregir con mansedumbre a los adversarios» (2Tm 2,24). Humildad, mansedumbre y afabilidad son las características del «siervo del Señor».

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.