ORACIÓN CADA DÍA

Oración con los santos
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración con los santos
Miércoles 17 de abril


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 6,35-40

Les dijo Jesús: «Yo soy el pan de la vida.
El que venga a mí, no tendrá hambre,
y el que crea en mí, no tendrá nunca sed. Pero ya os lo he dicho:
Me habéis visto y no creéis. Todo lo que me dé el Padre vendrá a mí,
y al que venga a mí
no lo echaré fuera; porque he bajado del cielo,
no para hacer mi voluntad,
sino la voluntad del que me ha enviado. Y esta es la voluntad del que me ha enviado;
que no pierda nada
de lo que él me ha dado,
sino que lo resucite el último día. Porque esta es la voluntad de mi Padre:
que todo el que vea al Hijo y crea en él,
tenga vida eterna
y que yo le resucite el último día.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

"Yo soy el pan de vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed." Jesús responde al hambre de salvación que se esconde en el corazón de las personas: hambre de sentido, hambre de una vida que no acaba con la muerte y conduzca a la felicidad plena. Pero Jesús constata con amargura que muchos, aunque veían los signos que hacía, no abrían su corazón para acoger su palabra. Sin embargo, no rechazaba a nadie: "Al que venga a mí, no lo echaré fuera". Basta un poco de disponibilidad por nuestra parte para que se produzca el milagro. ¿No había dicho otras veces a las multitudes que le seguían: "Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré"? Esta es la preocupación constante de Jesús. Y quiere que esta preocupación se repita a lo largo de los siglos a través de la Iglesia. Sí, la Iglesia, toda comunidad cristiana, debe sentir ante todo la pasión de salvar a todos los hombres. El papa Francisco nos recuerda esta pasión. Es urgente que nos dejemos apasionar cada vez más por la misma misión que llevó a Jesús a salir a las calles y plazas de su tiempo. Las palabras de Jesús recogidas en esta página del Evangelio nos muestran claramente cuál es la voluntad de Dios y cómo hacer que sea realidad en la Tierra: "Que todo el que vea al Hijo y crea en él, tenga vida eterna y que yo le resucite el último día". Es una promesa que se realiza en nosotros mismos cuando gastamos nuestra vida por el Señor y por los demás. Como hizo Jesús.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.