ORACIÓN CADA DÍA

Oración por la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración por la Iglesia
Jueves 18 de abril


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 6,44-51

«Nadie puede venir a mí,
si el Padre que me ha enviado no lo atrae;
y yo le resucitaré el último día. Está escrito en los profetas:
Serán todos enseñados por Dios.
Todo el que escucha al Padre
y aprende,
viene a mí. No es que alguien haya visto al Padre;
sino aquel que ha venido de Dios,
ése ha visto al Padre. En verdad, en verdad os digo:
el que cree, tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto
y murieron; este es el pan que baja del cielo,
para que quien lo coma no muera. Yo soy el pan vivo, bajado del cielo.
Si uno come de este pan, vivirá para siempre;
y el pan que yo le voy a dar,
es mi carne por la vida del mundo.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Evangelio continúa presentándonos el discurso de Jesús en la sinagoga de Cafarnaún. Al comienzo del pasaje, Jesús deja claro que nadie puede comprender su misterio sin la fe que el Padre mismo otorga. Este "venir" a Jesús no es una cuestión puramente intelectual. Se llega a Jesús con la atracción de la mente y del corazón. La fe es una cuestión de amor, y esto sucede de diversas maneras, pero todas ellas requieren un encuentro con Jesús que puede estar mediado por un hermano, una hermana, un pobre, una experiencia de oración, y también por la escucha o la lectura del Evangelio. La cita libre que Jesús hace del profeta Isaías (54,13): "Y todos serán enseñados por Dios", recuerda la primacía de la Palabra en el ámbito de la fe. En las Escrituras, en efecto, hay una fuerza atractiva: ensanchan la mente y el corazón, nos introducen en el gran diseño de Dios para el mundo, nos acercan a Jesús, a su corazón, a su mente, nos permiten participar en su misma acción entre los hombres. Por eso dice: "Todo el que escucha al Padre y aprende, viene a mí", es decir, descubre el sentido de la vida y recibe el alimento que la sostiene. No hacen falta esfuerzos sobrehumanos para poder comprender las cosas del cielo. Quien quiera conocer a Dios debe conocer a su Hijo. Jesús aclara que nadie ha visto al Padre sino él. Y dirá a Felipe: "El que me ha visto a mí, ha visto al Padre" (Jn 14,9). Quien quiera comprender el misterio de Dios debe encontrar a Jesús, debe dejarse tocar el corazón por su Palabra, por el Evangelio. Quien escucha esta Palabra es atraído por Dios y recibe el pan de la eternidad, como dice Jesús claramente: "Yo soy el pan de vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed".

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.