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Memoria de los ap?stoles
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Memoria de los ap?stoles

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Libretto DEL GIORNO
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Memoria del ap?stol Andr?s.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si morimos con ?l, viviremos con ?l,
si perseveramos con ?l, con ?l reinaremos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Esdras 1,1-11

En el a?o primero de Ciro, rey de Persia, en cumplimiento de la palabra de Yahveh, por boca de Jerem?as, movi? Yahveh el esp?ritu de Ciro, rey de Persia, que mand? publicar de palabra y por escrito en todo su reino: As? habla Ciro, rey de Persia: Yahveh, el Dios de los cielos, me ha dado todos los reinos de la tierra. El me ha encargado que le edifique una Casa en Jerusal?n, en Jud?. Quien de entre vosotros pertenezca a su pueblo, sea su Dios con ?l. Suba a Jerusal?n, en Jud?, a edificar la Casa de Yahveh, Dios de Israel, el Dios que est? en Jerusal?n. A todo el resto del pueblo, donde residan, que las gentes del lugar les ayuden proporcion?ndoles plata, oro, hacienda y ganado, as? como ofrendas voluntarias para la Casa de Dios que est? en Jerusal?n." Entonces los cabezas de familia de Jud? y Benjam?n, los sacerdotes y los levitas, todos aquellos cuyo ?nimo hab?a movido Dios, se pusieron en marcha para subir a edificar la Casa de Yahveh en Jerusal?n; y todos sus vecinos les proporcionaron toda clase de ayuda: plata, oro, hacienda, ganado, objetos preciosos en cantidad, adem?s de toda clase de ofrendas voluntarias. El rey Ciro mand? tomar los utensilios de la Casa de Yahveh que Nabucodonosor se hab?a llevado de Jerusal?n y hab?a depositado en el templo de su dios. Ciro, rey de Persia, los puso en manos del tesorero Mitr?dates, el cual los cont? para entreg?rselos a Sesbassar, el pr?ncipe de Jud?. Este es el inventario: fuentes de oro: 30; fuentes de plata: 1.000; reparadas: 29; copas de oro: 30; copas de plata: 1.000; estropeadas: 410; otros utensilios: 1.000. Total de los utensilios de oro y plata: 5.400. Todo esto se lo llev? Sesbassar cuando se permiti? a los deportados volver de Babilonia a Jerusal?n.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si morimos con ?l, viviremos con ?l,
si perseveramos con ?l, con ?l reinaremos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

La palabra del Se?or no se pronuncia en vano. Es lo que afirma el inicio del libro de Esdras, que ve realizarse la palabra prof?tica incluso a trav?s de la obra de un rey extranjero, Ciro. ?ste se convierte en el instrumento en manos de Dios para liberar a su pueblo del exilio y para que pueda volver a Jerusal?n y reconstruir el templo. Este rey de Persia hab?a conquistado Babilonia sometiendo al antiguo imperio responsable de la deportaci?n y de la destrucci?n de Jerusal?n y del templo. Isa?as ya hab?a visto en ?l al enviado de Dios: "As? dice Yahv? a su Ungido Ciro, a quien he tomado de la diestra para someter ante ?l a las naciones..." (Is 45,1). Por esto es presentado como el elegido, el mes?as de Dios. El Se?or no limita su acci?n a Israel, sino que la extiende a todos los pueblos. Su palabra cumple prodigios en quien ?l quiere. Deb?a ser sorprendente para los contempor?neos del profeta pero tambi?n para los lectores del libro de Esdras ver en un rey extranjero al enviado del Dios de Israel. El objetivo fundamental que ?l est? llamado a realizar se refiere a la reconstrucci?n del templo de Jerusal?n. El templo es la Tor?, la ense?anza divina, es el coraz?n de Israel despu?s del exilio. En efecto, en el templo se puede encontrar al Se?or, dirigirse a ?l en la oraci?n, ofrecer los sacrificios. Como nos ocurre tambi?n a nosotros, Israel tuvo necesidad de un lugar concreto donde poder encontrar al Se?or. En la casa de Dios, cada uno personalmente y junto a la comunidad de hermanos puede dirigirse al Se?or, invocar su misericordia y obtener el perd?n. Hay una preocupaci?n com?n por el templo en aquella comunidad exiliada. Cada uno ofrece objetos preciosos, porque la presencia de Dios es la cosa m?s preciosa que un hombre puede tener. Por esto toda la primera parte del libro se dedica al trabajo de reconstrucci?n.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.