ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, naci?n santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Nehem?as 9,24-29

Llegaron los hijos y tomaron el pa?s,
y t? ante ellos aplastaste
a los habitantes del pa?s, los cananeos,
los pusiste en sus manos,
con sus reyes y las gentes del pa?s,
para que los trataran a merced de su capricho. Ciudades fuertes conquistaron
y una tierra generosa;
y heredaron casas
de toda suerte de bienes rebosantes,
cisternas ya excavadas, vi?as y olivares,
?rboles frutales sin medida:
comieron, se saciaron, engordaron,
se deleitaron en tus inmensos bienes. Pero despu?s, ind?ciles, se rebelaron contra ti,
arrojaron tu Ley a sus espaldas,
mataron a los profetas que les conjuraban
a convertirse a ti;
(grandes desprecios te hicieron). T? los entregaste en poder de sus enemigos
que los oprimieron.
Durante su opresi?n clamaban hacia ti,
y t? los escuchabas desde el cielo;
y en tu inmensa ternura les mandabas
salvadores que los libraron de las manos opresoras. Pero, apenas en paz, volv?an a hacer el mal ante ti,
y t? los dejabas en mano de sus enemigos que los
oprim?an.
Ellos de nuevo gritaban hacia ti,
y t? escuchabas desde el cielo:
?muchas veces, por ternura, los salvaste! Les conminaste para volverlos a tu Ley,
pero ellos en su orgullo no escucharon tus mandatos;
contra tus normas pecaron,
contra aquellas que, cumplidas, dan la vida;
dieron la espalda,
endurecieron su cerviz y no escucharon.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes ser?n santos
porque yo soy santo, dice el Se?or.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El pasaje del libro de Nehem?as nos lleva al final del itinerario a trav?s del cual Dios ha conducido a Israel a la libertad de la tierra. El lenguaje usado por el autor es muy similar al de los libros del Deuteronomio y de los Jueces. Y, todav?a una vez m?s, aparece la paradoja del amor incondicional del Se?or por una parte y la desobediencia y la rebeli?n del pueblo de Israel por otra: "Pero despu?s, ind?ciles, se rebelaron contra ti, arrojaron tu Ley a sus espaldas, mataron a los profetas ...". Contin?a el rechazo de Israel a escuchar a Dios que habla. Y esto sucede cada vez que se acomoda en el bienestar y en la tranquilidad que adem?s ha alcanzado con la ayuda indispensable del Se?or. Hab?an obtenido lo que deseaban, estaban saciados de los bienes de la tierra ("heredaron casas de toda suerte de bienes rebosantes"), y todo esto les ha llevado a olvidar que se trataba de un don gratuito de Dios, ciertamente no de un m?rito suyo. Dice bien el Salmo: "El hombre opulento no entiende, a las bestias mudas se parece" (49, 13). La riqueza lleva a olvidar a Dios porque nos hace creernos due?os de las cosas, en vez de ense?arnos la gratitud por cuanto se ha recibido de la vida. La Biblia no condena la riqueza, es m?s, es vista como la consecuencia de la bendici?n divina, sin embargo alerta de una posesi?n necia de las cosas y repetidamente invita a confiar en Dios. Jes?s mismo lo ha subrayado varias veces hablando a sus disc?pulos: "No and?is preocupados por vuestra vida, qu? comer?is, ni por vuestro cuerpo, con qu? os vestir?is: porque la vida vale m?s que el alimento y el cuerpo m?s que el vestido" (Lc 12, 22-23). El Se?or nos advierte, como hizo con su pueblo, para que escuchemos su palabra que hace vivir: "Les conminaste para volverlos a tu Ley, pero ellos en su orgullo no escucharon tus mandatos; contra tus normas pecaron, contra aquellas que, cumplidas, dan la vida". ?Cu?ntas veces hemos experimentado la verdad de estas palabras! Verdaderamente la palabra de Dios hace vivir. Es la ?nica fuente de alegr?a y de bienestar. Sin embargo, debemos estar atentos porque es f?cil caer en los enga?os de una sociedad materialista en la que cuenta lo que se tiene y se vive con el miedo de perder el bienestar. Confi?monos al Se?or conscientes de que ?l no abandona a los que en ?l conf?an y lo escuchan.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.