Mi?rcoles de Ceniza
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Primera Lectura
Joel 2,12-18
Mas ahora todav?a - or?culo de Yahveh -
volved a m? de todo coraz?n,
con ayuno, con llantos, con lamentos. Desgarrad vuestro coraz?n y no vuestros vestidos,
volved a Yahveh vuestro Dios,
porque ?l es clemente y compasivo,
tardo a la c?lera, rico en amor,
y se ablanda ante la desgracia. ?Qui?n sabe si volver? y se ablandar?,
y dejar? tras s? una bendici?n,
oblaci?n y libaci?n
a Yahveh vuestro Dios! ?Tocad el cuerno en Si?n,
promulgad un ayuno,
llamad a concejo, congregad al pueblo,
convocad la asamblea,
reunid a los ancianos,
congregad a los peque?os
y a los ni?os de pecho!
Deje el reci?n casado su alcoba
y la reci?n casada su t?lamo. Entre el vest?bulo y el altar lloren
los sacerdotes, ministros de Yahveh,
y digan: "?Perdona, Yahveh, a tu pueblo,
y no entregues tu heredad al oprobio
a la irrisi?n de las naciones!
?Por qu? se ha de decir entre los pueblos:
?D?nde est? su Dios?" Y Yahveh se llen? de celo por su tierra,
y tuvo piedad de su pueblo.
La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).
Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.
Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.
Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).
La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.