ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los pobres
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Se?or, sea gloria a ti

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberaci?n de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Gloria a ti, oh Se?or, sea gloria a ti

Eclesiast?s 6,1-12

Hay otro mal que observo bajo el sol, y que pesa sobre el hombre: Un hombre a quien Dios da riquezas, tesoros y honores; nada le falta de lo que desea, pero Dios no le deja disfrutar de ello, porque un extra?o lo disfruta. Esto es vanidad y gran desgracia. Si alguno que tiene cien hijos y vive muchos a?os, y por muchos que sean sus a?os, no se sacia su alma de felicidad y ni siquiera halla sepultura, entonces yo digo: M?s feliz es un aborto, pues,
entre vanidades vino
y en la oscuridad se va;
mientras su nombre queda oculto en las tinieblas. No ha visto el sol,
no lo ha conocido,
y ha tenido m?s descanso que el otro. Y aunque hubiera vivido por dos veces mil a?os, pero sin gustar la felicidad, ?no caminan acaso todos al mismo lugar? Todo el mundo se fatiga para comer,
y a pesar de todo nunca se harta. ?En qu? supera el sabio al necio? ?En qu?, al pobre que sabe vivir su vida? Mejor es lo que los ojos ven que lo que el alma desea. Tambi?n esto es vanidad y atrapar vientos. De lo que existe, ya se anunci? su nombre, y se sabe lo que es un hombre: no puede litigar con quien es m?s fuerte que ?l. A m?s palabras, m?s vanidades.
?Qu? provecho saca el hombre? Porque, ?qui?n sabe lo que conviene al hombre en su vida, durante los d?as contados de su vano vivir, que ?l los vive como una sombra? Pues ?qui?n indicar? al hombre lo que suceder? despu?s de ?l bajo el sol?

 

Gloria a ti, oh Se?or, sea gloria a ti

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Gloria a ti, oh Se?or, sea gloria a ti

Coh?let, nada m?s mostrar que existe una alegr?a posible, dada por Dios como su revelaci?n, introduce "otro mal" que "pesa sobre el hombre" (v. 1), presentando a un hombre que posee bienes, riquezas y honores. No le falta de nada para satisfacer sus deseos, y sin embargo no consigue disfrutar de lo que tiene. No se dice cu?l sea la causa que impide la alegr?a; de hecho es un extra?o el que goza de sus riquezas. En cualquier caso Dios es la fuente tanto de los bienes como de la capacidad de disfrutar de ellos. Coh?let no concluye que Dios act?e arbitrariamente, y que el hombre se descubra impotente ante los caprichos de un d?spota. Se limita a exclamar: eso es "hebel". Sin embargo ?l mismo niega que se deba "pleitear con quien es m?s fuerte" (v. 10). Aparece entonces un hombre que adem?s de las riquezas tiene tambi?n muchos hijos. Esto significa que su propiedad no caer? en manos extra?as, sino que ir? a parar a alguno de sus herederos. En resumen, es un hombre feliz porque tiene riquezas y descendencia. Y sin embargo tambi?n ?l se siente insatisfecho y descontento. Su "deseo" no se ha saciado con los bienes que la vida le ha dado, y est? permanentemente inquieto, atormentado por un apetito que no se sacia (v. 7). Aunque viviese dos veces mil a?os -es decir, m?s del doble que el hombre m?s longevo de la Biblia, Matusal?n, que vivi? 969 a?os (Gn 25, 8)-, no ser?a un hombre feliz (v. 6). Le falta la capacidad de disfrutar de sus bienes y de saciarse con ellos (vv. 3.6). No es una vida m?s larga la que hace feliz, porque siempre ser? limitada. El colmo de la desgracia para este hombre ser?a no tener una sepultura, lo cual era considerado un fin ignominioso. En este punto Coh?let concluye: "Entonces yo digo: M?s feliz es un aborto" (v. 3). Si la vida no se disfruta mejor no entrar siquiera en ella. Un aborto no se ve atormentado, como el hombre, por el deseo insaciable que lo hace sufrir; no experimenta ning?n deseo. En cualquier caso ambos acaban en "el mismo lugar", es decir, en la muerte (cf. 3, 20). Sin embargo, aunque el fin sea el mismo para los dos, las oportunidades que se les ofrecen son muy distintas, y ser?a est?pido que un hombre viviera como si fuese un aborto. De hecho vivir s?lo de deseos, sin satisfacciones, ser?a como ser un aborto que no tiene deseos. Pero atenci?n: vivir dominado por los propios deseos significa no sentirse nunca satisfecho. Quien vive de este modo es como una boca siempre abierta, con "un apetito que nunca se sacia", y por tanto infeliz (v. 7). Todos, sabios y necios, pobres y ricos, deben morir. Sabidur?a, habilidad, estupidez, pobreza, arriban todas al puerto inevitable de la muerte; ninguna se libra del destino humano de morir. Para el hombre lo mejor es disfrutar de lo "que los ojos ven", estar satisfecho con lo que se tiene (v. 9) en vez de vagar incesantemente en busca de "fortunas" imprevisibles e inciertas. El deseo ilimitado reseca el alma e inquieta la vida; tambi?n esto es "hebel", un soplo de viento. Es in?til y vano el deambular de los deseos; incluso el disfrutar es una empresa dif?cil para el hombre aunque deseada. En cualquier caso tambi?n el placer es "hebel", o sea "atrapar vientos".

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.