ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, naci?n santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 15,1-8

?Yo soy la vid verdadera,
y mi Padre es el vi?ador. Todo sarmiento que en m? no da fruto,
lo corta,
y todo el que da fruto,
lo limpia,
para que d? m?s fruto. Vosotros est?is ya limpios
gracias a la Palabra que os he anunciado. Permaneced en m?, como yo en vosotros.
Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por s? mismo,

si no permanece en la vid;
as? tampoco vosotros si no permanec?is en m?. Yo soy la vid;
vosotros los sarmientos.
El que permanece en m? y yo en ?l,
?se da mucho fruto;
porque separados de m? no pod?is hacer nada. Si alguno no permanece en m?,
es arrojado fuera, como el sarmiento,
y se seca;
luego los recogen, los echan al fuego
y arden. Si permanec?is en m?,
y mis palabras permanecen en vosotros,
pedid lo que quer?is
y lo conseguir?is. La gloria de mi Padre est?
en que deis mucho fruto,
y se?is mis disc?pulos.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes ser?n santos
porque yo soy santo, dice el Se?or.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Con el Evangelio de hoy comienza la segunda secci?n del discurso de despedida de Jes?s a los disc?pulos. Ha hablado ya de la comuni?n con los suyos, que se realiza a trav?s del amor y del Esp?ritu Santo. Ahora, con la imagen del Padre como agricultor, del Hijo como la vid, y de los disc?pulos como los sarmientos, quiere describir esa circularidad del amor que une a los disc?pulos con ?l y con el Padre. La imagen de la vid (y de la vi?a) ha sido ya utilizada en la Escritura para describir la relaci?n entre el Se?or y su pueblo. Esta vez, sin embargo, la vid no es el pueblo de Israel sino Jes?s mismo: ?l es la "verdadera vid" que produce buenos frutos y que da la vida. La comuni?n entre ?l y el Padre es la fuente de su misma vida y de su obra. Ha bajado del cielo para cumplir la voluntad del Padre, y ?sta es que Jes?s, uniendo a los disc?pulos consigo mismo los hace part?cipes del mismo amor que ?l comparte con el Padre. Comienza diciendo: "Yo soy la vid; vosotros los sarmientos". Con esta imagen quiere que los disc?pulos comprendan bien el tipo de v?nculo que establece con ellos: la relaci?n es tan estrecha que forma una sola cosa con ?l. En efecto, el sarmiento vive y da fruto ?nicamente si permanece unido a la vid; si se separase se secar?a y morir?a. Permanecer unidos a la vid es por tanto esencial para los sarmientos. Por eso Jes?s contin?a: "El que permanece en m? y yo en ?l, ?se da mucho fruto; porque separados de m? no pod?is hacer nada". No existe otro camino para el disc?pulo fuera de la comuni?n firme con el Maestro, y el modo para conservar la comuni?n se explica cuando el mismo Jes?s dice: "Si permanec?is en m?, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que quer?is y lo conseguir?is". El t?rmino "permanecer", usado once veces en el pasaje evang?lico que hemos escuchado hoy y que continuar? dos d?as m?s, viene seguido por la expresi?n "dar fruto", usada ocho veces. Dar fruto es una caracter?stica de los disc?pulos que escuchan la palabra de Dios con el coraz?n atento, y es ?ste el modo de glorificar a Dios. De hecho, dice Jes?s: "La gloria de mi Padre est? en que deis mucho fruto, y se?is mis disc?pulos". El disc?pulo no es tanto el que acoge una doctrina como el que permanece unido con amor a Jes?s, precisamente como los sarmientos a la vid.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.