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Memoria de la Iglesia
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El pueblo gitano, incluido el de fe musulmana, celebra san Jorge, que muri? m?rtir para liberar a la Iglesia.
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Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia

El pueblo gitano, incluido el de fe musulmana, celebra san Jorge, que muri? m?rtir para liberar a la Iglesia.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendr?n
un solo reba?o y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 15,9-17

Como el Padre me am?,
yo tambi?n os he amado a vosotros;
permaneced en mi amor. Si guard?is mis mandamientos,
permanecer?is en mi amor,
como yo he guardado los mandamientos de mi Padre,
y permanezco en su amor. Os he dicho esto,
para que mi gozo est? en vosotros,
y vuestro gozo sea colmado. Este es el mandamiento m?o:
que os am?is los unos a los otros
como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor
que el que da su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos,
si hac?is lo que yo os mando. No os llamo ya siervos,
porque el siervo no sabe lo que hace su amo;
a vosotros os he llamado amigos,
porque todo lo que he o?do a mi Padre
os lo he dado a conocer. No me hab?is elegido vosotros a m?,
sino que yo os he elegido a vosotros,
y os he destinado
para que vay?is y deis fruto,
y que vuestro fruto permanezca;
de modo que todo lo que pid?is al Padre en mi nombre
os lo conceda. Lo que os mando es
que os am?is los unos a los otros.?

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jes?s, continuando el discurso a los disc?pulos en la ?ltima cena, confiesa abiertamente la naturaleza de su amor: "Como el Padre me am?, yo tambi?n os he amado a vosotros". Jes?s no se siente disminuido al decir que el mismo amor a los disc?pulos es fruto de un amor m?s grande, como por lo general nos ocurre a nosotros. Cegados por la necesidad de parecer originales y de no depender de nadie, nos avergonzamos de admitir que nuestra felicidad depende del amor de otro mayor que nosotros. En definitiva, todo -incluso el amor- debe ser m?o, debe partir de m?. Jes?s, por el contrario, muestra que su amor por los disc?pulos parte del Padre. De esta convicci?n nace la invitaci?n a los disc?pulos a estar unidos a ?l, como sarmientos, como hombres y mujeres humildes. Debemos darnos cuenta de que estando solos se vuelven ?ridos los sentimientos y se debilitan los brazos, hasta llegar a ser incapaces de preocuparnos y de servir a nadie que no seamos nosotros mismos. Un signo de esta humildad es saber disfrutar de la alegr?a de quien est? cerca de nosotros, como nos invita el Se?or a hacer con ?l; y tambi?n el no poder ser felices si quien est? cerca tiene necesidad o tristeza, si es pobre, hambriento o vive en el dolor. La promesa de Jes?s es una alegr?a plena, no de peque?as y pasajeras satisfacciones individuales, y la obtendremos por completo si sabemos observar el mandamiento del amor que el Se?or indic? al joven rico que le preguntaba por el camino hacia la vida eterna: "Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y d?selo a los pobres, y tendr?s un tesoro en los cielos. Luego, s?gueme". S?, la verdadera alegr?a est? ?nicamente en amar como Jes?s nos ha amado, es decir, gratuitamente y sin ponerse l?mites.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.