Lectura de la Palabra de Dios
Aleluya, aleluya, aleluya.
Este es el Evangelio de los pobres,
la liberaci?n de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.
Aleluya, aleluya, aleluya.
Hechos de los Ap?stoles 1,1-8
El primer libro lo escrib?, Te?filo, sobre todo lo que Jes?s hizo y ense?? desde un principio hasta el d?a en que, despu?s de haber dado instrucciones por medio del Esp?ritu Santo a los ap?stoles que hab?a elegido, fue llevado al cielo. A estos mismos, despu?s de su pasi?n, se les present? d?ndoles muchas pruebas de que viv?a, apareci?ndoseles durante cuarenta d?as y habl?ndoles acerca de lo referente al Reino de Dios. Mientras estaba comiendo con ellos, les mand? que no se ausentasen de Jerusal?n, sino que aguardasen la Promesa del Padre, ?que o?steis de m?: Que Juan bautiz? con agua, pero vosotros ser?is bautizados en el Esp?ritu Santo dentro de pocos d?as?. Los que estaban reunidos le preguntaron: ?Se?or, ?es en este momento cuando vas a restablecer el Reino de Israel?? El les contest?: ?A vosotros no os toca conocer el tiempo y el momento que ha fijado el Padre con su autoridad, sino que recibir?is la fuerza del Esp?ritu Santo, que vendr? sobre vosotros, y ser?is mis testigos en Jerusal?n, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra.?
Aleluya, aleluya, aleluya.
El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.
Aleluya, aleluya, aleluya.
La escucha de los primeros cap?tulos de los Hechos de los Ap?stoles nos ayuda a comprender el camino que cada generaci?n cristiana est? llamada a recorrer bajo la gu?a del Esp?ritu Santo. La misma composici?n literaria de Lucas nos empuja a continuar la lectura del evangelio con la de los inicios de la primera comunidad cristiana. El evangelista se dirige a Te?filo dici?ndole que tras haber redactado su "primer Logos" (es decir, el Evangelio) se dispone a narrar, en un segundo libro, la vida de la comunidad cristiana. En efecto, los Hechos de los Ap?stoles empiezan donde termina el Evangelio, o mejor dicho, donde el "Logos", despu?s de la ascensi?n al cielo de Jes?s, recorre los caminos de los hombres a trav?s de la comunidad de los disc?pulos. El Evangelio es el cimiento de los Hechos de los Ap?stoles, as? como de toda comunidad cristiana en los siglos sucesivos. No se trata de unos cimientos inertes, puestos una vez para siempre como sucede en las construcciones de los hombres. El Evangelio es un cimiento "vivo" del que contin?a brotando la energ?a y la fuerza que hacen firme la comunidad de los disc?pulos. Del Evangelio -es decir, "todo lo que Jes?s hizo y ense??"- contin?a manando la vida para la comunidad cristiana y para cada disc?pulo. Lucas subraya los encuentros de los disc?pulos con Jes?s, antes y despu?s de su muerte. La experiencia directa con Jes?s, antes y despu?s de la resurrecci?n, fue para aquellos disc?pulos una experiencia fundamental e imborrable. En los cuarenta d?as siguientes a su muerte Jes?s "se les present? d?ndoles pruebas de que viv?a? y habl?ndoles del Reino de Dios" (1, 3). Y "abri? sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras" (Lc 24, 45). Los disc?pulos comprendieron qui?n era aquel extraordinario Maestro mucho mejor de cuanto hab?an entendido en los tres a?os anteriores. Jes?s les exhort? a que no se separaran: el mismo d?a de la Pascua los hab?a encontrado mientras estaban con "las puertas cerradas" dentro del cen?culo. Ahora, cuando est? a punto de subir al cielo, les pide que sean sus testigos "en Jerusal?n, en toda Judea y Samar?a, y hasta los confines de la tierra" (v. 8). Para hacer esto no basta simplemente su buena voluntad, necesitan la ayuda del Esp?ritu Santo, y deber?n esperarlo en Jerusal?n, juntos en la oraci?n y en la vida fraterna. Desde el comienzo podemos decir que no queda espacio en la vida de la comunidad cristiana para arranques de protagonismo personal, por generosos que sean: todo se pone en marcha a partir de la comuni?n que nos dona el Esp?ritu Santo, en el cual "dentro de pocos d?as" ser?an bautizados los disc?pulos. S?lo de la comuni?n puede partir el testimonio del Evangelio del amor. Los disc?pulos piden explicaciones acerca del tiempo en el que se instaurar? en plenitud el reino del amor; Jes?s replica que no le es dado a nadie conocer totalmente el misterio del reino, pero todos los disc?pulos est?n llamados a dar testimonio, all? donde se encuentren, de ese amor sin l?mites que Jes?s vivi? en primer lugar. Con Pentecost?s una nueva energ?a guiar? y sostendr? a los disc?pulos por los caminos del mundo. De este modo el Logos "crece" y se "difunde" hasta los confines de la tierra
La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).
Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.
Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.
Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).
La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.