ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jes?s crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jes?s crucificado


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberaci?n de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hechos de los Ap?stoles 4,1-22

Estaban hablando al pueblo, cuando se les presentaron los sacerdotes, el jefe de la guardia del Templo y los saduceos, molestos porque ense?aban al pueblo y anunciaban en la persona de Jes?s la resurrecci?n de los muertos. Les echaron mano y les pusieron bajo custodia hasta el d?a siguiente, pues hab?a ca?do ya la tarde. Sin embargo, muchos de los que oyeron la Palabra creyeron; y el n?mero de hombres lleg? a unos 5.000. Al d?a siguiente se reunieron en Jerusal?n sus jefes, ancianos y escribas, el Sumo Sacerdote An?s, Caif?s, Jonat?n, Alejandro y cuantos eran de la estirpe de sumos sacerdotes. Les pusieron en medio y les preguntaban: ??Con qu? poder o en nombre de qui?n hab?is hecho vosotros eso?? Entonces Pedro, lleno del Esp?ritu Santo, les dijo: ?Jefes del pueblo y ancianos, puesto que con motivo de la obra realizada en un enfermo somos hoy interrogados por qui?n ha sido ?ste curado, sabed todos vosotros y todo el pueblo de Israel que ha sido por el nombre de Jesucristo, el Nazoreo, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucit? de entre los muertos; por su nombre y no por ning?n otro se presenta ?ste aqu? sano delante de vosotros. El es la piedra que vosotros, los constructores, hab?is despreciado y que se ha convertido en piedra angular. Porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos.? Viendo la valent?a de Pedro y Juan, y sabiendo que eran hombres sin instrucci?n ni cultura, estaban maravillados. Reconoc?an, por una parte, que hab?an estado con Jes?s; y al mismo tiempo ve?an de pie, junto a ellos, al hombre que hab?a sido curado; de modo que no pod?an replicar. Les mandaron salir fuera del Sanedr?n y deliberaban entre ellos. Dec?an: ??Qu? haremos con estos hombres? Es evidente para todos los habitantes de Jerusal?n, que ellos han realizado una se?al manifiesta, y no podemos negarlo. Pero a fin de que esto no se divulgue m?s entre el pueblo, amenac?mosles para que no hablen ya m?s a nadie en este nombre.? Les llamaron y les mandaron que de ninguna manera hablasen o ense?asen en el nombre de Jes?s. Mas Pedro y Juan les contestaron: ?Juzgad si es justo delante de Dios obedeceros a vosotros m?s que a Dios. No podemos nosotros dejar de hablar de lo que hemos visto y o?do.? Ellos, despu?s de haberles amenazado de nuevo, les soltaron, no hallando manera de castigarles, a causa del pueblo, porque todos glorificaban a Dios por lo que hab?a occurrido, pues el hombre en quien se hab?a realizado esta se?al de curaci?n ten?a m?s de cuarenta a?os.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Pedro y Juan son arrestados por el Sanedr?n. Se repite lo que le hab?a pasado a Jes?s. Los arrestan porque hab?an curado a un inv?lido y la gente acud?a a escucharles con inter?s. La mentalidad ego?sta de este mundo contrasta siempre de manera m?s o menos patente con el Evangelio. La Palabra de Dios es siempre algo extra?a al mundo, porque molesta, inquieta, interroga, impulsa a superar el amor s?lo por uno mismo y a seguir a Jes?s. Los sanedritas -que no pueden negar el extraordinario acontecimiento de la curaci?n del paral?tico- interrogan a los dos disc?pulos sobre el origen de su poder: "?Con qu? poder o en nombre de qui?n hab?is hecho eso vosotros?". Y los dos ap?stoles, sin miedo, es m?s, con mucha franqueza, contestan que la curaci?n se hab?a producido en el nombre -y por tanto en el poder- de aquel Jes?s que ellos hab?an crucificado. Dios hab?a resucitado a aquel que ellos cre?an muerto y silenciado para siempre y ahora obraba y hablaba en el mundo a trav?s de aquel peque?o grupo de hombres y de mujeres que se declaraban disc?pulos suyos. No es casual que se hablara de los disc?pulos como aquellos que "hab?an estado con Jes?s" (v. 13). Los sacerdotes y los saduceos no osaban condenarlos porque ten?an miedo de la reacci?n negativa de la gente. Por eso intentaron asustarles con amenazas concretas. Pero en esta ocasi?n se encontraron no frente al Pedro que hab?a huido ante la captura del maestro y hab?a traicionado ante la criada de la casa del Sumo Sacerdote. Ahora, tras haberse fortalecido con la fuerza el Esp?ritu Santo infundido en su coraz?n, con la cabeza bien alta, responde: "Juzgad si es justo delante de Dios obedeceros a vosotros m?s que a Dios. No podemos nosotros dejar de hablar de lo que hemos visto y o?do". Pedro y Juan, despu?s de haber estado con Jes?s resucitado, ya no pueden callar la amistad con ?l. Ya no tienen miedo. El silencio habr?a significado extra?eza ante el Evangelio. Pero aquel que tiene el Evangelio en su coraz?n no puede no comunicarlo, incluso a coste de su vida. Pedro y Juan est?n delante de nosotros para que sigamos su ejemplo incluso hoy, que conocemos una dimensi?n "heroica", es decir "martirial", que no se puede eliminar del testimonio evang?lico. El siglo pasado millones de creyentes fueron encarcelados porque segu?an el nombre de Jes?s, del mismo modo que le sucedi? a Pedro y Juan.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.