ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jes?s crucificado
Palabra de dios todos los dias

Memoria de Jes?s crucificado

Recuerdo de santa Teresa de Lisieux, monja carmelitana a la que mov?a un profundo sentido de la misi?n de la Iglesia.
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Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jes?s crucificado

Recuerdo de santa Teresa de Lisieux, monja carmelitana a la que mov?a un profundo sentido de la misi?n de la Iglesia.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberaci?n de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Apocalipsis 1,9-11

Yo, Juan, vuestro hermano y compa?ero de la tribulaci?n, del reino y de la paciencia, en Jes?s. Yo me encontraba en la isla llamada Patmos, por causa de la Palabra de Dios y del testimonio de Jes?s. Ca? en ?xtasis el d?a del Se?or, y o? detr?s de m? una gran voz, como de trompeta, que dec?a: ?Lo que veas escr?belo en un libro y env?alo a las siete Iglesias: a ?feso, Esmirna, P?rgamo, Tiatira, Sardes, Filadelfia y Laodicea?.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan est? en Patmos, una peque?a isla del mar Egeo. Se presenta como un cristiano corriente, uno de los muchos disc?pulos que est?n encarcelados a causa de la Palabra de Dios. La tradici?n dice que fue exiliado a la isla durante la persecuci?n de Domiciano para alejarlo de sus comunidades. La "revelaci?n" tiene lugar "el d?a del Se?or" (es la ?nica vez que en el Nuevo Testamento aparece este t?rmino para designar el domingo). Es una referencia llena de sentido. Aquel d?a, en efecto, cay? "en ?xtasis". ?Acaso no es lo que sucede cada domingo a los disc?pulos de Jes?s cuando se re?nen con la comunidad para celebrar la Santa Liturgia Eucar?stica? Cada vez que nos reunimos en la Eucarist?a dominical somos liberados del peso de nuestras costumbres, tristes y escu?lidas, para ser transportados al mundo de Dios y de su amor. La Santa Eucarist?a es la experiencia del encuentro con Jes?s resucitado, como les sucedi? a los dos disc?pulos de Ema?s, y no un rito en el que tomar parte m?s o menos cansados. Aquel que deja que la celebraci?n lit?rgica lo abrace, o a?n m?s, lo envuelva, experimenta la fuerza profunda que ?sta tiene y que llega hasta el coraz?n. En la celebraci?n tambi?n nosotros, alejados como Juan del bullicio diario, podemos o?r "una gran voz": es la Palabra de Dios que nos llega desde lo alto, desde el amb?n. Para poder escuchar la Palabra tambi?n nosotros nos tenemos que volver, es decir, girar nuestra mirada respecto de nuestras costumbres, nuestras fijaciones, nuestras convicciones, nuestras seguridades, nuestro orgullo, nuestros comportamientos egoc?ntricos. Y si nos volvemos hacia aquella Palabra oiremos palabras verdaderas y santas para nuestra vida y para la vida de todas las comunidades. En efecto, podremos a?adir los nombres de las numerosas comunidades cristianas esparcidas por el mundo a las que recordaba Juan. Los nombres son siete, pero la Iglesia es ?nica, como escribe un antiguo Padre: "Considera las siete iglesias como la ?nica Iglesia" (Vittorino de Petovio).

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.