ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los pobres
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberaci?n de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Apocalipsis 20,1-10

Luego vi a un ?ngel que bajaba del cielo y ten?a en su mano la llave del Abismo y una gran cadena. Domin? al Drag?n, la Serpiente antigua - que es el Diablo y Satan?s - y lo encaden? por mil a?os. Lo arroj? al Abismo, lo encerr? y puso encima los sellos, para que no seduzca m?s a las naciones hasta que se cumplan los mil a?os. Despu?s tiene que ser soltado por poco tiempo. Luego vi unos tronos, y se sentaron en ellos, y se les dio el poder de juzgar; vi tambi?n las almas de los que fueron decapitados por el testimonio de Jes?s y la Palabra de Dios, y a todos los que no adoraron a la Bestia ni a su imagen, y no aceptaron la marca en su frente o en su mano; revivieron y reinaron con Cristo mil a?os. Los dem?s muertos no revivieron hasta que se acabaron los mil a?os. Es la primera resurrecci?n. Dichoso y santo el que participa en la primera resurrecci?n; la segunda muerte no tiene poder sobre ?stos, sino que ser?n Sacerdotes de Dios y de Cristo y reinar?n con ?l mil a?os. Cuando se terminen los mil a?os, ser? Satan?s soltado de su prisi?n y saldr? a seducir a las naciones de los cuatro extremos de la tierra, a Gog y a Magog, y a reunirlos para la guerra, numerosos como la arena del mar. Subieron por toda la anchura de la tierra y cercaron el campamento de los santos y de la Ciudad amada. Pero baj? fuego del cielo y los devor?. Y el Diablo, su seductor, fue arrojado al lago de fuego y azufre, donde est?n tambi?n la Bestia y el falso profeta, y ser?n atormentados d?a y noche por los siglos de los siglos.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Una vez derrotados a la Bestia y su ej?rcito, queda todav?a por derrotar a Satan?s. Y Juan puede finalmente verlo, al antiguo tentador, arrojado al abismo y encadenado. La fuerza de Cristo se abate sobre Satan?s, y no sobre los hombres. En ?l ya no hay ninguna esperanza; en los hombres, en cada hombre, s?. De hecho, el deseo de no perder a ninguno impulsa al Verbo a ir a la tierra y a emprender una lucha firme contra Satan?s. Todav?a no estamos ante la aniquilaci?n definitiva. El autor habla de mil a?os, una perspectiva que ha suscitado muchos problemas de interpretaci?n a lo largo de la historia. Obviamente se trata de un n?mero simb?lico y la interpretaci?n m?s corriente ve en ese periodo el tiempo de la Iglesia, desde la Pascua hasta la plenitud final del Reino. Se podr?a decir que es el "ya" de la victoria, pero el "todav?a no" de su plenitud. En este intervalo de tiempo el mal no es aniquilado; queda como encadenado, y todav?a puede actuar. La victoria sobre ?l no se produce en un instante sino que se hace realidad a trav?s de la lucha cotidiana de la comunidad de los justos con la ayuda de Cristo. Aquellos que en este tiempo dan testimonio de su fe con la sangre reciben la "primera resurrecci?n", es decir, est?n con Cristo y reinan con ?l en la bienaventuranza. Al final de los tiempos (cuando terminen los mil a?os) se produce en choque definitivo entre el Bien y el Mal, cuyo resultado ya se anticipa en el cap?tulo 19, 11-21. Satan?s, en un ?ltimo asalto, intentar? sembrar la tierra con sus adeptos para asediar a los justos. Pero un fuego del cielo lo destruye. Y el mismo Dios abre el juicio final. Pasa delante de ?l toda la humanidad; toda persona es juzgada en funci?n de lo que est? escrito en los libros celestiales, donde son desmentidas las mentiras de los criterios terrenales. Y aquel que ha seguido el camino del amor oir?: "Ten?a sed y me diste de beber". Cada obra de caridad, incluso la m?s peque?a, es suficiente para ser inscrito en el "libro de la vida".

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.